Capítulo 1
Jacinto era un hombre, sin lugar a dudas, particular.
Nació con dos dientes rompiendo su recién estrenada encía, y aquello hizo a su
madre temer. Los antiguos del pueblo decían que era una señal de mala suerte,
un mal augurio, que solo podría traer cosas malas y complicaciones a su
familia.
Nada más alejado de la realidad. Jacinto
parecía un talismán de la buena suerte, parecía estar dotado de un don
especial, una habilidad innata para saber qué decir y qué hacer en cada
momento, de tal forma que cuando había algún tipo de discrepancia o disputa,
muchos contaban con él para solucionar el conflicto.
Todo comenzó de forma causal en su niñez. Justo
en la casa de al lado, vivían dos niños; Juan, de la misma edad que Jacinto, y
Ana, un par de años menor. Cada día, los
tres enfilaban juntos el sendero que subía hacia el colegio, y si bien Jacinto
jamás diría nada, ya a la tierna edad de ocho años, respiraba, suspiraba, comía
o no comía, dormía o no dormía, todo en función de si veía o no a Ana, o si
ésta le sonreía.
De pelo rubio y crespo, con ojos oscuros y
un millón de pecas en la cara, el chiquillo era demasiado delgado, demasiado
alto, demasiado prudente. Por ello, se sentía tímido e intentaba no hacerse
mucho de ver, cosa complicada con aquellos chalecos que su madre le hacía de
punto, y que nacían del resto de todas las lanas habidas y por haber en casa.
Todo un espectáculo para la vista. Por el contrario, Ana era una chica risueña
de pelo también rubio, pero de un rubio tan claro que parecía blanco. Su cuerpo
era redondito, siempre sonreía, y sus ojos tenían la tonalidad de un mar en
calma.
En más de una ocasión, cuando llegaban
juntos al cole, algún que otro listillo se burlaba. “Ahí viene el trío lalala,
el sol, la luna y Juan”. Sí, así era. Jacinto se vio investido del sobrenombre
del sol por su aspecto físico, mientras que Ana fue bautizada como la luna, por
el suyo, mientras que Juan se libraba de mote gracias a su aspecto “normal”
según el resto de chiquillos de su edad.
Un día, Juan llegó a casa muy enfadado con
su hermana. Él quería ir a jugar al arroyo con los demás, pero sus padres
tenían que salir de casa, y él debía cuidar de Ana, demasiado pequeña para
dejarla sola, y demasiado niña para que les acompañase al arroyo. Tan enfadado
y frustrado se sentía, que tomó a Misifú, el gato de la chiquilla, y lo pintó
de un azul brillante intenso. El disgusto de Ana estaba asegurado, y encima,
Juan se dio cuenta demasiado tarde, que aquello solo podría granjearle un buen
castigo de sus padres, y un montón de gritos y lágrimas por parte de su hermana.
¿A quién recurrir cuando te metes en un
buen lío? A tu mejor amigo. ¿A quién recurrir cuando tu hermana pequeña llora
de una forma inquebrantable y molesta? A tu mejor amigo también, que además, tú
sabes que hará cualquier cosa para tranquilizarla.
Y así terminó Jacinto en el patio de sus
vecinos, viendo el desaguisado. Pero el muchacho era rápido de pensamiento.
Muy, muy rápido.
- Juan, toma la pintura azul y pinta la
verja de madera descascarillada del granero. Deja que Misifú se pasee un poco
por allí. Yo te ayudaré si quieres, pero después, llevaremos a Misifú al
veterinario para que nos diga cómo podemos quitarle esa pintura al pobre
animal. Y durante un mes ayudarás a tu hermana con las tareas, y le leerás un
cuento cada noche.
- ¡Venga ya! Eso es una exageración.
Pero Ana ya había dejado de llorar y miraba
a Jacinto como quien mira a un héroe.
- Siempre puedes esperar al castigo de tus
padres.
- Maldita sea...
A partir de aquél día, Ana miró con otros
ojos a su vecino. Y lo que ninguno de los dos sabía en ese momento, era que
aquella travesura de un niño enfadado, los uniría para siempre.
Treinta y dos años habían estado felizmente
casados el sol y la luna como todos sus amigos, y hasta los familiares, les
llamaban a ambos. Hasta que un día, cruelmente, el destino se llevó a Ana de
repente.
Hola Margarita.
ResponderEliminarUn relato enternecedor y natural... Una bonita historia en la que algunos nos sentiremos identificados con Jacinto... :)))) En lo que tiene de niño, bebiendo los vientos por su vecina y, tal vez, unidos en esos primeros años de vida.
Siempre un placer dejarse acunar por tus relatos.
Fuerte abrazo.
¡Hola Ernesto! Muchisimas gracias, yo creo que conforme vaya avanzando habrá quien se sienta más identificado y quién menos. Va a ser una historia un poco loca, ya verás, ja ja.
EliminarBesos :D
Me encantan las historia bonitas
ResponderEliminarUn fuerte abrazo guapa!!
Muchas gracias María. ¡Besos para tí también! :D
EliminarWwwawww Margarita, tan lindo que pintaba y ya me pusiste triste... pobre Ana.
ResponderEliminarConfío en tu arte para escribir e imaginar, algo bueno va a salir de esta novela.
mariarosa
Ja ja, muchas gracias María Rosa. Muchas gracias por tu confianza, espero no defraudarte. ¡Muchos besos! :D
EliminarCon lo bonito que iba y ese final de que Ana se fue... deseando leer la continuación.
ResponderEliminar¡Un besote!
Lo cierto es que sí, ay, pero ese detalle le dará forma al cuento, o eso espro, ja ja.
EliminarMuchos besos :D
hola Margarita! ya nos vemos liadas a otra magnifica historia tuya, graciassssssssss!! abrazosbuhos y apurate, mujer, que la curiosidad nos mata!
ResponderEliminarJa ja ja, ¡muchas gracias chicas! Muuuaakkk :D
EliminarFantástico, tenemos otra historia para disfrutar!!
ResponderEliminarYa sabes que comentaré al final.
Besos.
Ja ja ja, lo se Navegante, y espero ese comentario con impaciencia. Siempre me encantan.
Eliminar¡Muchos besos! :D
DIOS
ResponderEliminarVAYA FINAL
Me has dejado con toda la intriga de saber como sigue, ha sido un. NO NO NO! NO PUEDE DEJARLO AHÍ!
Espero el siguiente con ganas ^^
Ja ja ja, esa es la idea. Prontito el siguiente amiga mía. ¡¡Besitos!! :D
Eliminar¡Hola Margarita! Fantástico, me encantó pero ese final, me mató ...abuuu, no nos hagas eso, no nos dejes así...jeje!..Estaré a la espera del siguiente capitulo. ¡Un besito!
ResponderEliminarJa ja ja, muchas gracias Marita, prontito prontito más.
Eliminar¡Besos! :D
¡Mira que me gusta cómo escribes!
ResponderEliminarUn abrazo