sábado, 31 de octubre de 2015

Noche de Halloween



Noche del día 31 de octubre...

Elena prepara la cena para su familia. Su marido, Oscar, aún no ha llegado y los peques Luis y Ana están arriba, preparando sus disfraces para empezar con el tradicional “truco o trato” de cada año. Es muy probable que este año, la Sra. Martínez sí haya comprado caramelos, porque los pequeños de la Sra. Robinson le regaron la fachada de huevo.

Luis se ha vestido de vampiro, disfraz fácil de hacer y además divertido por lo de la pintura en la cara. Por supuesto Ana se ha vestido de bruja porque va más con su coquetería. No se ha vestido de una bruja cualquiera con una gran verruga en la nariz, sino de una bella brujita de cinco añitos, con culito respingón y dos grandes coletas.

Este año, incluso Oscar se ha entretenido adornando el porche con esqueletos, calabazas y todo lo propio de la época en sí. Por su parte, Elena se ha limitado a ponerse un vestido negro y recogerse el largo cabello en un moño pintándose una mecha blanca en el pelo. Se ha puesto unas medias de rayas moradas y un sombrero que al igual que los zapatos tiene una enorme hebilla. Sí, la familia está preparada para celebrar la fiesta de Halloween.

Todos preparados para celebrar la fiesta, cuando oyen sonar el timbre. Perfecto, ya comienza el habitual desfile de niños. Elena tiene todo un repertorio de caramelos y bombones preparados para entregar a los pequeños conforme vayan llegando. Sin embargo, al abrir la puerta se queda de piedra, pues en ella no hay niños pequeños, sino su tía Dora, a la que lleva sin ver desde hace casi diez años. Es más, Dora ni siquiera conoce a los niños.

-   Hola Elena, ¿Qué tal?
-   ¿Tía Dora? No puedo creerlo.
-   Lo sé querida. Lo sé. Pasaba por aquí y decidí visitaros. Al fin y al cabo aún no conozco a mis sobrinos.

El aspecto de Dora era siniestro. La mirada que lanzó a los pequeños hizo que éstos se escondieran tras las faldas de su madre mientras Oscar ponía cara de pocos amigos.

-   Oh, querida. Parecen tiernos… quiero decir, ¡encantadores!
-   Tía Dora, no sé a qué se debe tu visita, pero me parece muy inapropiada teniendo en cuenta el día que es hoy.
-   ¿Hoy? ¡Ah, Halloween! – y suelta una carcajada tremendamente sonora y escalofriante.- ¿Y qué mejor día que hoy, querida?  Quiero recordar que tú y yo teníamos un trato, ¿no es así? O… acaso no hace hoy siete años que nació el pequeño Luis…
-   Vamos tía, por favor, estás asustando a los niños. Puedes pasar y quedarte a cenar pero luego tienes que irte. Los niños y yo tenemos cosas que hacer.
-   ¿Y tu maridito?- pregunta la tía Dora mirando a Oscar como si fuese un plato de asado.
-   Mi marido también viene con nosotros. Esta noche no es segura para nadie.
-   ¡Tonterías!- Y dicho esto se cuela en la casa y se dirige al salón como si conociera la casa de toda la vida. Ya en el interior los niños se percatan divertidos de que lleva unas medias como las de su madre pero en color naranja, ¡que divertido! Y escalofriante…

Suena el timbre e inmediatamente la tía Dora pone cara de fastidio.

-   Por favor, ¡quién osa interrumpir nuestra reunión familiar!- a continuación chasquea los dedos y cuando Elena abre la puerta los niños observan horrorizados que en el porche sólo hay dos calabazas enormes. Una de ellas con sombrero.

Ambos niños se miran asombrados y a continuación miran a la tía Dora que les sonríe mostrando sus feos dientes. Y ¡Oh, no! ¡Tiene una enorme verruga en la nariz! Pero no estaba ahí antes, están seguros de ello.

Poco a poco, el aspecto de tía Dora va cambiando. Ven como se vuelve más desgarbada, su nariz crece y su pelo se encrespa. Incluso parece tener chepa y su cara se arruga como una pasa.

-   Sabes que los necesito Elena- susurra tía Dora con los ojos inyectados en sangre y mirando fijamente a los niños que la observan aterrorizados.
-   Sólo son niños. Puedes tener a otros, éstos son míos. Mis niños.
-   Por eso los quiero. Me lo prometiste. ¿Recuerdas?

Oscar que hasta ahora se ha mostrado más o menos alejado del tema piensa que ya es hora de intervenir y se decide a pedir a la tía de Elena que se abstenga de hacer bromas que puedan asustar a los niños, porque está claro que están haciendo teatro. Le gustan las bromas de Elena, pero se están pasando, pues los niños están realmente asustados. Cuando intenta abrir la boca, se da cuenta incrédulo, que de ella no sale sonido alguno. Se lleva ambas manos a la garganta y mira totalmente aterrorizado a Elena que a su vez se lleva una mano al pecho, angustiada.

Elena empieza a preocuparse de verdad. Hace muchos años de aquello. Ella jamás creyó que su tía Dora fuera una bruja como decía la gente del pueblo y cuando hizo aquella promesa no la hizo pensando que tuviera que cumplirla.

-   ¿Tía Dora? ¿Podemos hablar en privado?
-   Claro querida.

Los niños se quedan en el salón junto a su asustado padre que se ha quedado totalmente inmóvil frente al televisor que tampoco tiene sonido. No saben que pensar. Su dulce madre se ha metido sola con esa tía-bruja en la cocina y tienen miedo.

-Tía, no puedo creer que de veras vengas a por Luís.
-Claro que sí Elena. Así me lo prometiste el día en que te ayudé a cortejar a tu marido. Te di un filtro de amor y te dije que tenía un precio. Luís ya tiene siete años, y dentro de dos años vendré a por la pequeña Ana. Lo prometiste y has de cumplirlo o tendrás que atenerte a las consecuencias.
- No puede ser. Esto tiene que ser una pesadilla.
- ¡No digas bobadas! ¡Tendréis más hijos! Pero estos dos son míos, y lo sabes. Si te niegas, morirán los tres.

Elena disfrutó entonces de ese sudor frío particular que precedía su momento cumbre... Sabía perfectamente que tía Dora podía hacer lo que quisiera. Su poder era muy fuerte. Además, esas dos calabazas enormes del porche eran niños. Lo sabía. Los olía bajo la calabaza. Los olía. Igual que olía más cosas. Olía la salamandra que estaba oculta tras el macetero del porche. Olía el minúsculo ratón que intentaba alimentar a sus crías en el agujero del sótano. Olía y escuchaba el ruido que hacían las patitas de la araña que tejía su tela en el sótano aprovechando el polvo, la suciedad y la oscuridad. Lo olía, lo escuchaba, lo sentía y hasta lo veía todo. Absolutamente todo.

-   Bien, tía Dora. Me temo que tú lo has querido así - le susurró con una sonrisa torcida en su ya no bello rostro...

Dora comprendió demasiado tarde, que su sobrina era aquella de la que hablaban. Demasiada firmeza, demasiada determinación. Lo supo a ciencia cierta. Ella era la suma sacerdotisa, la portadora del poder más fuerte que jamás había apreciado en otra de su rango.

Sintió como su boca se secaba y el agua estaba cada vez más lejos. Notó como su cuerpo se empequeñecía mientras veía a Elena refulgente y escuchaba aquél cántico malvado que la envolvía y la ahogaba. El cuerpo de Elena se elevaba un metro sobre el suelo y sus ojos se habían vuelto de un intenso color rojo sangre.
Aterrorizada intentó salir de aquella cocina infernal mientras sus piernas aún le respondieran pero al salir al salón se encontró con tres monstruos enormes de dientes afilados, grandes colmillos y sed de sangre en la mirada…

El mayor de los monstruos emitió un fuerte gruñido antes de partirla en dos de un zarpazo. Un trozo para cada pequeño monstruo sediento de sangre que le acompañaba. Mientras, impasible y encantada, la suma sacerdotisa malvada los miraba con admiración. Sus retoños engendrados de la más pura maldad. ¡Los adoraba!

Poco después, una adorable familia compuesta por cuatro miembros paseaba tranquilamente por las calles del pueblo. Elena sonreía con su angelical sonrisa a todos los pequeños que se iba encontrando. Los miraba, les sonreía y los olía… Oscar dirigía a sus pequeños a casa de la señora Martínez. Se había vuelto a olvidar de comprar caramelos. Ésa señora no tenía respeto por las tradiciones, tal vez la visitase más tarde. No había podido cenar adecuadamente y tenía hambre. Sus hijos sin embargo ya habían cenado. Se encontraban a gusto, satisfechos, si bien tal vez les faltase el postre, un par de enormes calabazas que habían dejado en el porche.  


¡Feliz Halloween!

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