Mis queridos amigos, y de nuevo, NAVIDAD.
Mi casa ha sido tomada por duendes, acebo y muérdago. El árbol de Navidad ha desplazado a la caja tonta llamada "Televisión" y la casa abre sus puertas con un nacimiento. En los cristales se reflejan multitud de luces y en la mesa del salón hay velas que huelen a vainilla y talco.
Las sillas vacías parecen crecer de tamaño en estos días, reclamando su atención. Por suerte, también las hay llenas, habitadas por corazones a los que amo. En mi pecho, aquellos que debieran estar sentados en esas sillas vacías, me regalan recuerdos de los que mariposean en el alma.
Este año es especial. Para mi nieto Izan es su primera Navidad, y aunque solo tenga ocho meses, voy a susurrarles a él y a mi Alicia cuentos de Navidad con los ojos abiertos y la voz prestada de aquellos que recuerdo de antes.
Mi nieta ya ha empezado a hablar y con sus poco más de dos años, me está recordando lo que es escuchar esas historias que te hacen fruncir primero el ceño, porque no entiendes, y después los labios en una sonrisa que bien puede dibujarse carcajada.
Y en cada carcajada, en cada aliento cálido, en cada baile descalza, mi padre me acompaña.
Me siento muy afortunada, y no es por la fecha, sino por todo el amor que me rodea.
Soy muy consciente de esos hogares que se dibujarán invisibles, de esas mesas que permanecerán vacías, de esos corazones que sentirán frío, de esas almas que habrán de huir del fuego. Por tanto, no deseo ni me siento en derecho de queja alguna, al contrario, doy las gracias, las gracias por la familia que me ama, por los amigos que me alientan, por los cuentos que me hacen soñar, por las canciones que dibujan constelaciones en mi ventana, por los sueños que me ayudan a vestir de luz las mañanas.
¡¡Feliz Navidad!!