Ven...

 

Su respiración llenaba mis noches. Los sueños se cubrían de oscuridad y frío. La llamada se repetía con insistencia...

- Ven.

Los niños no me querían en la aldea. No. No era por mi ropa humilde, ni tampoco por los andrajos que a veces llevaba. Tampoco era por mi cara llena de churretes o mis uñas negras. Era por mis ojos, según los ancianos, ojos de bruja. Por mis ojos y por Cantor, mi amigo cuervo. 

- Ven. 

Derramé tantas lágrimas que un día se vertieron del color de la noche. La llamada cubría cada hueco del lugar oscuro donde hube de ocultarme al quedar huérfana. Los sonidos me asustaban, tenía frío y miedo, mucho miedo...

- Ven.

Y fue entonces, que una noche de luna clara y sonidos noctámbulos, pensé morir cuando unos aldeanos descubrieron mi guarida. Me arrastraron por el suelo, me golpearon, me dejaron tirada dándome por muerta a expensas del frío y las criaturas hambrientas...

- Voy...

Solo pude pronunciar esa palabra. 

Esa única pálabra.

-Voy...

Sentí como mi cuerpo se elevaba, alguien lo tomaba en sus brazos y pronunciaba palabras que no logré entender. Perdí la consciencia a todo cuanto me rodeaba salvo a la sensación de flotar en una niebla espesa y oscura que sin embargo era cálida. Me sumergí en un sueño largo y extraño.

Al despertar, me sentí diferente. En mi dedo, un extraño anillo ocupaba casi toda mi mano, una mano ya adulta que ahora se veía oscura y de uñas afiladas.

Vi mi reflejo en un espejo. Un espejo que reposaba sobre una exquisita seda negra y suave que reflejaba una lujosa estancia donde los pétalos de flores cubrían cada superficie. 

Y lo supe. Supe que ese era mi lugar. Y lo supe a pesar de la laguna que ocupaba el transcurso del tiempo, lo supe por la sensación de paz y también por esa sed que me llenaba por completo y que me hizo tocar la superficie del espejo, divisando al otro lado a un chiquillo aterrorizado que huía.

Mis labios se despegaron, y de mi garganta brotó la voz, mi nueva voz...

VEN...