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Yo te cuento

martes, 1 de diciembre de 2015

La sombra del faro




La sombra del faro alarga su silueta, alerta e inquietante. El sol se oculta tras el horizonte y riega su estructura dibujando su figura contra la arena. A los pies de la misma, crece la leyenda… Los más ancianos del lugar aseguran que el faro tiene vida propia.

Roxana se baja inquieta de su vieja bicicleta repintada. Se le ha roto la pata de cabra y decide dejarla caer sin más. Durante un instante, observa como los radios de la rueda giran en una especie de círculo sin fin. 

En su espalda lleva su mochila vaquera, raída por un lado y con un pequeño agujero tapado con un parche de color rojo. Pero es su mochila de la suerte y no quiere desprenderse de ella. Saca su agenda y su lápiz y aspira hondo. Si consigue hacer un buen artículo la tomarán en serio en el periódico del instituto. Por ello, endereza su espalda, mira al cielo, cierra un instante los ojos, respira hondo de nuevo… y pronuncia sus palabras…”Aquí estoy, aquí voy”

La puerta estaba cerrada, tenía que haberlo previsto. Era gruesa, metálica y todo un obstáculo en su camino. Debía entrar como fuese y pasar la noche en aquél lugar para poder descifrar su enigma. Estaba obsesionada con aquél faro. “¡Ábrete maldita sea” piensa. Asombrada observa como la puerta emite un click y un hombre de unos cincuenta años, con barba inusualmente oscura y un chubasquero venido a menos, aparece al otro lado. 

- Pasa Roxana. Te esperábamos. 

- ¿Me esperaban? ¿Cómo sabe mi nombre?

El hombre sonrió. 

- Te esperamos el faro y yo. Te observo, paseas cada día bajo la sombra del faro. Además, mi hijo va al mismo Instituto que tú. Por eso se tu nombre. También se que quieres pasar la noche en el faro y escribir un artículo. Quieres demostrar que las leyendas del faro son inciertas. Siento desilusionarte. El faro si está encantado, pero solo lo mostrará a quién él quiera y cuando él quiera. Sube, tengo que mostrarte algo. 

En ese momento, Pedro, compañero de Instituto asoma la cabeza por la barandilla de arriba. 

- ¿Subís o qué?

Aliviada de ver esa cara conocida, Roxana comienza el ascenso. Al llegar ve una maquinaria moderna y sorprendida mira al supuesto farero. 

- Tengo una llave por si las “máquinas se estropean”. Como ves, no se me necesita aquí. Pero si vas a preguntar por el encantamiento… es cierto. Está encantado.

Roxana observa la cara de satisfacción de Pedro y entiende que le están gastando una broma. 

- ¿De veras? ¿Puede demostrarlo? 

El hombre no contesta. Se limita a mirar al mar, como si algo se le hubiese perdido. 

Un pitido intermitente comienza a sonar en uno de los instrumentos mientras que el faro va haciendo girar su luz reflejándola sobre el mar una y otra vez en un giro continuo. Una sombra enorme es alumbrada por esa luz. Una sombra que avanza lenta pero decidida hacia ellos. 

- ¡Hey! ¡Va a chocar contra nosotros! ¡Mire! 

El hombre mira hacia fuera y hace una señal a Pedro que activa una especie de alarma. Nada se oye, nada se ve, pero Roxana confía en que los del barco hayan percibido que van directos a las rocas que hay bajo el faro. 

Pero no es así. Se escucha un golpe fuerte, seco y todo tiembla bajo sus pies. Roxana cae al suelo, intenta sujetarse a algo… pero no encuentra a qué, siente algo frío y helado que la toca. Intenta gritar y nota angustiada que hay agua por todos lados. ¿Qué ha pasado? ¡Está en el mar! ¿Cómo es posible? No puede respirar, no sabe nadar… siente que es el fin… Busca donde aferrarse, donde cogerse. Pedro intenta sujetarla… pero se aleja en las oscuras aguas. Todo se vuelve negro. Todo se apaga. 



El sol la deslumbra. ¿Qué ha ocurrido? Tumbada sobre la arena caliente siente que el mar la mece. Intenta incorporarse y comprueba que está junto al faro. “Aquí estoy, aquí voy”

Se tambalea y consigue ponerse de pie. Un hombre se acerca a ella corriendo. Tendrá unos cincuenta años, una barba inusualmente oscura y un chubasquero venido a menos. 

- ¿Estás bien muchacha? ¡Pedro, hijo, corre! 

Le duele la cabeza, se endereza. Confusa mira el faro. Ahora no parece viejo, sino nuevo. Como si llevase poco tiempo en el lugar.

- Soy el farero y éste es mi hijo. ¿Cómo te llamas? ¿Cómo te encuentras?

Roxana no consigue hablar. 

- ¡Mira padre! – grita el chiquillo con la mochila de ella en la mano – Esto es de ella. Dentro tal vez lleve algo que nos diga quién es. 

El muchacho muestra al hombre su mochila de la suerte. Está rota, tiene un agujero en una esquina. 

- Por aquí tal vez algo se salió, pero no te preocupes. Tengo en el faro una tela roja muy bonita, le sobró a mi mujer de un vestido que se hizo hace poco. Ella sabe coser muy bien. Está dentro, si quieres, puedes pasar y ella te coserá un zurcido. Tal vez mientras recuerdes quién eres y cómo has llegado aquí. ¿Viajas sola? ¿Y tus padres?

El chico se acerca a ella. 

- Mi padre es muy hablador. Ya sabrás que me llamo Pedro. Pasa si quieres, este faro es una maravilla. ¿Sabes que las gentes del lugar dicen que está encantado? Aquí te pondrás bien pequeña, ya verás. Cuidaremos de ti. 

Roxana no puede articular palabra, no consigue emitir sonido alguno. Un trozo grande de hojalata apoyado sobre la pared del faro le devuelve su imagen y se detiene incrédula. Mira su cara, su pelo, sus manos, toca su cuerpo… todo está bien, todo salvo que es una niña de apenas tres o cuatro años. Un reflejo incide directo en sus ojos y mira hacia arriba, hacia el lugar de dónde proviene el resplandor. Allá, en la parte alta del faro, una adolescente le saca una fotografía.

6 comentarios:

  1. Me gusta es muy bueno, transmite mucho ;) Un saludo

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    1. ¡Muchísimas gracias Abbie! Me animas mucho.Besos guapa:)

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  3. Margaritaaaaa, me encantó. gracias por compartirlo con nosotros. Besos

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    1. ¡Gracias Cristina! Je je, me alegro mucho que te haya gustado. Muchos besos :)

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