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Yo te cuento

lunes, 7 de septiembre de 2015

Una interrupción

Las sombras de la noche acechan mientras Mónica corre a través de la arboleda. Al fin, se detiene ante su objetivo. Tras un último vistazo a su alrededor para asegurarse de no ser descubierta, empuja con suavidad la puerta de madera del viejo caserío, lugar que hasta hace poco, fue el hogar de tía Angustias y su propia abuela.

Unas semanas antes, ambas mujeres, se habían visto obligadas a abandonar el lugar debido a su mal estado, trasladándose a la gran casa familiar de Mónica, dando lugar a ciertos conflictos, ya que la abuela era demasiado estricta con respecto a los horarios y costumbres de la joven. 

Sin embargo, la noche anterior, Mónica, vio ante sí la solución. Tía Angustias, le confesó, tras ingerir algunas “gotitas” extras de jerez en su café, que  su abuela tenía trapos sucios. Y le habló de este viejo caserío, testigo de una tórrida historia de amor prohibida. Una pasión protagonizada por la dulce anciana y un misterioso caballero casado. La anciana también confesó que la boba de su hermana había dejado escrito un pequeño diario de aquel pecado, y que éste había sido celosamente escondido. Tras unos sorbitos más, y antes de caer en un sueño intenso, tía Angustias le rebeló donde ocultaba su hermana los objetos de valor.

Ahora, ella se haría con el diario y la abuela la dejaría en paz. Con sigilo sacó la pequeña linterna que llevaba oculta en el bolsillo de su cazadora y rastreó la estancia. Sabía lo que buscaba. Una vieja tabla suelta bajo la alfombra del centro.  Resuelta, se dirigió al lugar en cuestión, levanto la mencionada tela y extasiada, comprobó que una tabla crujía. Se sentó como una niña pequeña ante un juguete que hay que desmembrar, y estudió como levantar la madera. Hasta que lo consiguió, escuchando un clic que la hizo feliz. Despacio, levantó la tabla y observó una pequeña tela polvorienta que envolvía algo. Al tomarla en sus manos comprobó que en su interior había lo que prometía ser un pequeño librito y saboreó su éxito. Desenvolvió lo que parecía su tesoro y acarició aquellas viejas pastas de cuero negro. Con manos temblorosas por la emoción, se dispuso a abrir la cubierta... cuando de pronto, la luz de la estancia inundó el lugar.

- ¿Quién anda ahí?..


- ¡Si eres un ladrón, deberías saber que soy fuerte como un toro! – se escuchó la voz clara y firme de tía Angustias.

Mónica se quedó sin aliento al verse descubierta y solo articuló a ocultar el diario bajo sus piernas, moviendo su cuerpo para ocultar la tela levantada.  

- ¿Mónica?, ¿Eres tú,  jovencita? – preguntó la anciana sorprendida.
- Hola tía, sí, soy yo.
- ¿Se puede saber qué demonios haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te ha enviado la cascarrabias de mi hermana a buscarme?
- ¡No!, ¡No tía!, ella no sabe que estoy aquí… Y ya me iba… todo estaba oscuro...pensé que no había nadie…
- La luz es un derroche. Yo veo perfectamente a pesar de mis años. Conozco cada recoveco de este mausoleo. Pero tú puedes hacerte daño muchacha. Deberías haber encendido la luz.

La mente de Mónica quería funcionar a marchas forzadas. Una idea germinó en ella.  

- Pensé que tal vez necesitaríais ayuda para terminar de llevaros vuestras cosas a la casa grande.
- Eres encantadora querida. Tu ayuda me vendrá muy bien. – sonrió la anciana.

Mónica empezaba a sudar y sentía el borde del diario clavándose en su piel, mientras, la anciana se acercaba más a ella y observaba la alfombra enrollada en una posición anómala.

- ¿Y vas a ayudarme ahí sentada? – le gritó.
- ¡No! ¡Claro que no, tía! Es que… he tropezado.
- Los jóvenes sois patosos. En fin, no importa. ¡Levántate y ayúdame! He venido por Tobías.  Con las prisas de la marcha, le olvidé. Y me aburro. Le necesito.
- ¿Tobías?- preguntó la joven intentado ocultar mejor el diario bajo la alfombra. - Mi mascota. Es preciosa, creo que nunca te lo mostré. Tu madre no me deja tener gatos o perros. Tu madre es demasiado seria y estricta. Pero tu abuela y yo cuidaremos de ti, querida, ya verás. Y no te preocupes por Tobías. Es pequeño y pasará inadvertido en el lugar correcto.
- ¿Qué clase de animal es Tobías? ¿Un pez, quizás?- pensó la joven riéndose de su propia determinación. ¿Quién pondría Tobías a un pez?

Un ligero cosquilleo en su mano derecha empezó a molestarle.

- ¿Un pez? No seas boba y deja de disimular muchacha. Seguro que te hablé de Tobías y por eso has venido a buscarlo. ¡Ah! Pero él te ha encontrado a ti, míralo, está en tu mano.

La muchacha miró la mano y observó aterrorizada como una tarántula ascendía por ella dirigiéndose a su brazo. Absorta gritó con todas sus fuerzas lanzando a  aquél pequeño monstruo hacia el aire y viendo como aterrizaba sobre una de las viejas cortinas.

- ¡No grites condenada! ¡Le asustarás!
- ¡Tobías es una tarántula!
- ¡Pues claro! Ya te lo dije. Estos jóvenes… venga, ayúdame a cogerla. Es fácil… solo hay que tenderle la mano, con cuidado, así… Bien jovencita, ya podemos irnos.

Temblando, la joven observó como la anciana llevaba a aquél bicho olvidando el pequeño librito enrollado en la alfombra.

- Tía…
- ¿Sí querida?
- ¿Por qué le pusiste Tobías?
- Ah, no te lo vas a creer. De joven, tu abuela la intachable, tuvo un romance con el alcalde, el señor Tobías Méndez. Era muy guapo, mujeriego y casado. Tu abuela se enamoró como una loca.  

La anciana suspiró y Mónica la miró alucinada.

- Tu abuela lo pasó mal cuando él la dejo. El pobre, murió joven, pocos días después de dejar a tu abuela, ahora que lo recuerdo. Hay quien dice que su mujer le ayudó a morir. Pero yo no lo creo. Parece ser que fue mordido por algún tipo de animal exótico.

Mónica se quedó relegada en el sitio mirando a su tía incrédula. ¿No le había dicho su madre que en el pasado, su abuela y tía Angustias eran criadoras de serpientes y otras especies “exóticas”?

Miró a Tobías y tragó saliva. Al regresar su vista al rostro de tía Angustias descubrió en él una extraña sonrisa…


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