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Yo te cuento

sábado, 12 de septiembre de 2015

El perdón

En el año 584 d.C…
El joven aldeano se encontraba en un estado de semiinconsciencia,  allí tumbado en su improvisado lecho, una mezcla de asquerosa ciénaga y del escaso pasto con que alimentaba a los caballos.

Aquellos cuadrúpedos estaban mejor alimentados que él mismo, sin lugar a dudas, pero eran tiempos complicados. Final del S VI, algunos años después del fin de la época clásica… El Imperio Romano había caído en el año 476 d.C y la etapa medieval había dado comienzo.

Quizás os situéis mejor si os aclaro que nos encontramos en la “Hispania visigoda”.  Un conflicto surgido entre el rey Leovigildo y su hijo Hermenegildo había comenzado en el 581 y se prolongó hasta este año. Hermenegildo había perdido el control sobre Sevilla y se trasladó a Córdoba, donde fue traicionado por sus colaboradores y apresado por Leovigildo que dio fin a la rebelión. El ambiente era tenso, las luchas acechaban y Laureano agradecía en su fuero interno no ser más que un simple lacayo, un siervo, un cuidador de caballos.

En su condición de siervo no podía opinar, tampoco exigir, no tenía derecho a quejas, y soñar… era un privilegio destinado a los señores. Dormía en un viejo jergón entre los caballos, y había aprendido a pasar desapercibido. A veces, el señor le recompensaba por su labor con algo de comida que él repartía de inmediato con su familia. Delgado, hambriento, sin futuro… y sin embargo, se sentía afortunado por no tener que luchar cuerpo a cuerpo con otro ser humano.
Todavía no había sido despertado por el rayo del sol, cuando sus compañeros de aposento se inquietaron sobremanera. Los relinchos y patadas de los equinos pusieron nervioso a Laureano. ¿Qué ocurría? Una fuerte luz lo cegó durante un instante y asombrado comprobó como algo caía en picado desde el mismísimo firmamento. Una bola de fuego amenazadora que podría quemar y destruir todo aquello que tocase.

Los caballos asustados levantaban sus patas e intentaban soltarse de sus amarres sin que el joven pudiese detenerlos.  Al fin, aquella bola encendida cayó al suelo sin más. Sin quemar, ni destruir. Los caballos se relajaron al instante, y el joven se acercó atraído por aquel extraño suceso. Tendida en el suelo, con luz propia, brillaba una estrella. Aquello no podía ser real, pues las estrellas no caían del cielo, y de hacerlo… ¿ese era su tamaño? Con sumo cuidado, acercó su mano para comprobar si irradiaba calor. En el acto, la estrella se apagó por completo emitiendo tan solo algo de calidez.

El ruido de los demás lacayos, así como de los señores se acercaba y Laureano, escondió aquella estrella en la palma de su mano sin más. Raudo, corrió al interior de los establos para evitar que nadie le preguntase por aquella estrella y decidió ocultarse tras unos grandes toneles. Abrió su mano y observó que de nuevo, la estrella brillaba. Pero había una fisura, una pequeña abertura que comenzó a abrirse poco a poco, mostrando en su interior un pequeño círculo, como una especie de guisante diminuto de color blanquecino que brillaba con intensidad.



Laureano lo tomó en sus manos y vio que desprendía un intenso fulgor y una suave calidez. De pronto se sintió tan reconfortado que prácticamente olvidó donde se encontraba. La estrella que envolvía al pequeño guisante se apagó al instante y cayó al suelo inerte, mientras la pequeña esfera seguía brillando con fuerza.

Cuando todo se calmó, robó algunas manzanas que debían servir de alimento para los caballos, y corrió presuroso a llevar el improvisado manjar a sus padres y hermanos.  

Al llegar, escuchó, una vez más, una discusión entre sus padres. Los problemas, el hambre, la miseria… todo ello creaba un conflicto intenso en la pareja que no podía alimentar a toda su prole. El joven acarició aquél guisante escondido entre sus ropas, y al instante, ambos dejaron de discutir.  

            - No quiero discutir más. – expuso tranquila su madre.
            - Yo tampoco. No nos conduce a nada.

El joven observó con gran incertidumbre como sus padres, intentaban solucionar aquel conflicto, aceptando de buena gana las manzanas y recibiendo la aprobación de ambos antes de regresar a su catre.

Al llegar entre los caballos, quiso observar una vez más aquel pequeño guisante de luz… ¡Pero había crecido! Ahora tenía el tamaño de un garbanzo y su fulgor era más intenso. Volvió a esconderlo, y decidió descansar. Los caballos estaban muy tranquilos aquella noche y estaba agotado. Y soñó. Esa noche si soñó. Se vio a sí mismo vestido como un caballero, con armadura y caballo. No volvería a pasar hambre, ni él, ni los suyos…

-¡Laureano! ¡No puedo creerlo! ¡Hijo, levanta!
- ¿Qué? Oh, lo siento madre. No sé qué me ha pasado.
- Te has quedado dormido. No entiendo como los caballos no te han despertado, ni tampoco la luz del sol. Apremia hijo mío. Pronto vendrá el señor y no ha de verte ahí tendido.
No hubo de repetirlo dos veces. Laureano comenzó sus tareas como alma que lleva el diablo. Pero el miedo de su madre no se cumplió, pues cuando el señor llegó, todo estaba en orden. Algunos días, su señor le pegaba sin motivo, por diversión, pero hoy no.

- Buen trabajo.

Jamás había recibido una palabra amable de aquel hombre. Cuando se quedó a solas, sacó de su escondite la pequeña esfera. Había vuelto a crecer, alcanzado ahora el tamaño de una aceituna. El preciado objeto volvió a su lugar, y él continuó su labor. Los insultos y golpes que solía recibir a diario por parte de uno u otro, no llegaron aquél día. Y la esfera volvió a crecer, siendo ahora como un albaricoque.

Aquella noche volvió a soñar. Un anciano con capa y el rostro cubierto y manchado de un polvo azulado le hablaba en sueños…

-          Joven…  Despierta de tu mundo y ven al mío…
-          ¿Qué deseáis mi señor?- preguntó humildemente el muchacho.
-          Has sido elegido. La estrella ha caído ante ti y debes protegerla.
-          ¿Qué es este extraño objeto, señor?
-          Nuestro mundo ha pasado por muchas guerras y conflictos. Tanto antes como después de nuestro Señor Jesús, los seres humanos se comportan de una forma irracional y violenta. Ha habido guerras y enfrentamientos desde el principio de los tiempos. Por ello, los principales dones de la vida fueron puestos a salvo en las estrellas del firmamento.
-          ¿Qué tengo que ver yo con ello señor?
-          Eres valiente y noble, y paciente. Por ello pensamos regalarte la estrella de la “Perseverancia”. Sin embargo, la estrella del “Perdón” se lanzó sobre ti. ¿Sabes por qué puede ser?
-          No entiendo nada, señor. Soy un simple siervo. Cada día me levantó enfadado conmigo mismo por no tener futuro. Me siento enfadado conmigo mismo por dejar que me golpeen y me enfado aún más cuando escucho los gritos de mis padres y no puedo hacer nada. Siempre estoy enfadado conmigo y con todo lo que me rodea. Me gustaría ser caballero pero he nacido hijo de siervos. ¡Jamás tendré esa suerte!
-          Y dime joven desagradecido… ¿nunca te detuviste a pensar que has sobrevivido a una guerra entre un padre y su hijo, al hambre, la miseria y la peste que asoló y se llevó tantas vidas? ¿Nunca pensaste que tu familia sobrevivió? ¿Qué respiras cada día?
-          Pero todo sería muy distinto si yo fuese alguien importante…
-          Tienes juventud, salud y… esperanza. Un lecho aunque sea humilde, comes, aunque sea escaso… y cuidas de los tuyos. No te has visto obligado a luchar en batalla…
-          Jamás lo vi así…

El joven meditó sobre ello, y el anciano sonrió por primera vez en aquella irreal conversación.

-          Acabas de perdonarte a ti mismo. Acabas de identificarte con tu estrella. Recuerda este sueño mientras vivas querido Laureano, y recuerda que en la vida hay que perdonarse y entenderse para apreciar lo que tenemos y luchar por lo que queremos.

Despertó sobresaltado, recordando cada detalle de su sueño, pensando en sus ocho hermanos, todos ellos vivos a pesar de la miseria, la peste o la guerra. Tomó su esfera tamaño albaricoque, y comprobó que era como una naranja. Ya no podía ocultar su “Estrella del Perdón” por más tiempo. Lo iban a descubrir. Buscó un lugar oculto entre los viejos tablones podridos de madera y la ocultó lo mejor que pudo. El resto del día fue igual de apacible que el anterior. Todo le salió a pedir de boca… y se sentía contento, orgulloso de sí mismo. Tenía esperanzas en un futuro, pero a la vez, desazón por la esfera cada vez mayor. ¿Qué tamaño podría alcanzar?

Aquella noche, el misterioso anciano volvió a visitarle en sueños.

-          ¿Qué hago señor? Me van a descubrir y me van a quitar mi “perdón”.
-          Por desgracia el hombre es envidioso. Quiere lo que no tiene y a veces no valora ni quiere lo que ya tiene. En realidad es peligroso llevar el perdón escondido entre tus ropas o en un establo.  Pero no te preocupes zagal. Ya ha ocurrido antes y volverá a ocurrir. Antes de la estrella del “Perdón”, otras la precedieron. Las de la humildad, paciencia, sabiduría, comprensión y la mayor de todas y más difícil de guardar, la del Amor.  Todas ellas fueron escondidas en el mismo lugar. En este mismo lugar guardaremos la del Perdón.
-          ¿Dónde señor? No para de crecer…
-          Ello es porque la alimentas con tus obras.
-          ¿Dónde ocultarla? – insistió preocupado el joven.
-          En el interior de los seres humanos. Sólo aquél que tenga valor buscará dentro de sí mismo y encontrará su recompensa. Los demás, aquellos que sólo ven los defectos ajenos, no podrán ver sus propios fallos ni tampoco encontrar sus propios tesoros.  De esta forma, cada hombre será libre de encontrar su propio destino.
-          Así se hará señor, pero… ¿puedo pedir algo? Me gustaría que la semilla del Perdón tuviera dos caras. La del perdón a los demás, y la de perdonarnos a nosotros mismos y aceptarnos tal y como somos.
-          Que así sea Laureano.
-          Sólo una pregunta señor. ¿Por qué yo?
-          Porque eres humilde, paciente, comprensivo y te convertirás en un gran sabio. Tú ya has entendido, a tu joven edad, lo que muchos no comprenderán jamás.  

Y así fue como “El perdón” fue introducido en nuestros corazones al igual que tantas y tantas virtudes con sus correspondientes defectos. Se nos entregaron con la opción de elegir, aunque no siempre sea fácil. Nos afanamos en buscar bienestar, felicidad… A veces la vida se complica y nos la hace pagar caro, nos castiga sin motivo y nos golpea sin piedad, pero tenemos que intentar recordar siempre que para muchos de nuestros problemas, la solución está dentro de nosotros mismos.



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