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Yo te cuento

martes, 25 de agosto de 2015

Día a día

Cuando Ariadna era pequeña le gustaba tumbarse en el césped del parque y mirar al cielo. En cuestión de segundos, las nubes comenzaban a cambiar de forma y hasta de color, transformando sus esponjosos cuerpos, y  adquiriendo la forma de un elefante, flores, paisajes y hasta rostros que la observaban y le susurraban palabras. Palabras que ella luego transcribía, pues su sueño, ser escritora algún día. 

Conforme crecía, su vocación aumentó. Su vocación y sus responsabilidades. Sus padres no tenían recursos económicos para financiar sus estudios universitarios, y éstos fueron sufragados por su abuelo, Tobías, famoso abogado de prestigio y fundador de un importante bufete civil.

Tobías soñaba con que su nieta le acompañase y heredase su legado, y así se lo hice saber desde el principio. La joven, aparcó sus sueños de ser escritora y se concentró en ser una buena abogada y especializarse en temas que pudiesen ayudar a sectores marginados. Llegó incluso a encontrar tiempo para trabajar de forma voluntaria en una especie de albergue juvenil, donde se prestaba servicio de guardería gratuita para personas necesitadas.

Y allí es donde conoció a Lisa. Su comportamiento le llamó la atención desde el principio, pues la pequeña, que tendría unos cuatro años de edad, se sentaba en una esquina a observar al resto de niños, pero sin relacionarse con ellos. Sin jugar. No era algo propio de su edad, y el centro decidió promover unos estudios médicos para determinar si tal vez la pequeña sufriese algún tipo de deficiencia o trastorno mental. También pensaron en un psicólogo, ya que la pequeña había sido adoptada hacía muy poco tiempo y tal vez ello la incitase a esa conducta. 

La nueva madre de Lisa, Carol, trabajaba en la misma guardería y la llevaba con ella para que se relacionase con los demás niños, pero aun así, era un intento inútil.

Ariadna visitaba el centro los miércoles por la tarde y algunos viernes por la mañana. Al ver la actitud triste de la pequeña sintió la necesidad de informarse sobre ella y para ello consultó precisamente con Carol. Ésta le contó apenada que tenía miedo de perderla, que estaba desesperada. Lisa llevaba ya con ella y su marido casi tres meses y no reaccionaba. Tenían miedo de que los servicios sociales se la llevaran si veían que la niña no era feliz.

Empujada por un impulso Ariadna se acercó a la pequeña.

-          Hola, soy Ariadna. ¿Y tú?

No obtuvo respuesta, así que decidió intentar algo diferente y se sentó junto a ella para observar lo que ella miraba.

-          ¿Te gusta ver a la gente? Es divertido ver cómo juegan, pero seguro que es mejor jugar con ellos ¿no crees?

Siguió sin obtener respuesta, pero se quedó junto a ella durante casi media hora. Allí sentada a su lado, sin más. De esta forma, y durante varias semanas, Ariadna intentaba contactar de alguna forma con Lisa, pero el resultado seguía siendo negativo. Incluso la pequeña parecía no notar tan siquiera su presencia.
Aquella tarde de miércoles, la joven decidió probar algo distinto. Se sentó al lado de Lisa, pero esta vez no intentó hablar con ella. Sentándose a su lado, emitió un ruido con la garganta, como si fuese un animal. La pequeña se asustó un poco y giró la cabeza hacia Ariadna, como si ésta fuese una especie de bicho raro. Al mirarla vio que Ariadna sujetaba una goma de borrar y un lápiz en sus manos.

-          Grrrrrr., ¡Te comeré pequeña goma!- Dijo Ariadna a la goma, como si ella fuese el lápiz.
-          No te dejaré gran lápiz. Eres largo y tienes una punta afilada, pero yo borraré todo lo que tu hagas.- Volvió a decir Ariadna simulando una voz diferente.


Lisa la observaba embobada. ¡Qué tontería! Pero no podía dejar de observarla.

-          ¡Lucha conmigo pequeña goma, si es que te atreves!
-          ¡Claro que si, lápiz malvado! ¡Buscaré un aliado!

En esto Ariadna cogió un sacapuntas de un estante y lo colocó entre la goma y el lápiz.

-          ¡Señores!.- dijo con voz de sacapuntas.- ¡Ya está bien! ¡Os enviaré a ambos al calabozo de la escritura y seréis castigados!

Lisa sonreía. Por primera vez miraba algo diferente a los demás niños que se habían ido acercando poco a poco para escuchar la historia de Ariadna. Durante casi una hora los tuvo entretenidos y Lisa la miraba tímidamente, aunque no quiso participar como los otros niños. Ariadna no se rindió, se sentía eufórica, pues por primera vez había conseguido despertar una reacción en la pequeña.
El siguiente día que fue se llevó unas cartulinas de colores, tijeras, pegamento… Se sentó junto a Lisa y empezó a crear formas y figuras e iba pasándo trozos de cartulina a Lisa.

-          Mira pequeña. ¿Verdad que esto parece papel? Pues no es así, es un castillo encantado y estos son sus habitantes… fíjate…¡oh! Aquí hay una princesa que quiere llamarse como tú.
-          Me llamo Lisa.- habló por primera vez la pequeña. Ariadna casi se muere del susto.
-          Bien, pues le llamaremos princesa Lisa.

Y así fue como Ariadna comenzó a hacer que Lisa hablase bajo la atenta y sorprendida mirada de Carol y de varios voluntarios del centro. Algunos días llevaba cuentos y leía historias, otros, la mayoría,  ella inventaba los cuentos al hablar con los niños. La imaginación de Ariadna volvía a resurgir tras tanto tiempo dormida y Lisa parecía disfrutar a cada segundo de cada detalle de esa imaginación. Sin tan siquiera saber cómo, la chiquilla empezó a participar en sus juegos. Carol no daba crédito a lo que veía, pues en casa, o los días en que Ariadna no iba al centro, Lisa seguía siendo aquella niña callada y ausente.

Sin darse cuenta, Ariadna pasaba cada vez más y más horas en el centro, ya que Lisa llenaba su pensamiento día y noche. Hasta que su abuelo le hizo una llamada de atención pues estaba descuidando su trabajo en el bufete. Agobiada por el tema económico y por la angustia de defraudar a su abuelo, decidió volcarse en su trabajo durante unas semanas, aun sabiendo que permanecería alejada de Lisa.

Al cabo de unos dias, Carol se presentó una mañana en el bufete, y rogó hablar con Ariadna.

- Ariadna.- sollozó Carol.- necesito que visites a mi Lisa.
- Lo haré en cuánto pueda Carol. Casi pierdo mi trabajo porque fui ampliando las horas que dedicaba al albergue. Disfrutaba tanto con Lisa que perdí la noción del tiempo y me han llamado la atención en el trabajo. No puedo defraudar a mi abuelo. ¿Entiendes? Si quieres, puedo visitarla en vuestra casa al salir de trabajar, pero te aviso que a veces, es algo tarde.
- Lisa está ingresada.
- ¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido?
- Cuando tú dejaste de ir al albergue, Lisa se fue apagando poco a poco. Al principio giraba la cabecita hacia la puerta esperando tu llegada. Después de varios días dejó de esperar y volvió a ser la de antes. Volvió a apartarse de todos y se cerró en si misma. Ayer no conseguía despertarla. Tenía fiebre y al llevarla al pediatra me dijo que tenía que ingresarla. No saben de donde viene la fiebre, pues supuestamente no hay ninguna infección. Por favor Ariadna, estoy segura de que si te ve mejorará.

Ariadna anuló las citas que tenía para el resto del día y explicó a su abuelo que tenía que ir al hospital, que era importante. Él mismo decidió llevar a ambas mujeres al hospital. 

Al llegar, Ariadna sintió un nudo en la garganta. En la habitación de la pequeña había cinco niños más. Todos jugaban a pesar de tener sueros colgados y vendas. Todos menos Lisa que miraba el techo. Ariadna colocó las manos haciendo la forma de un conejo y las puso en el ángulo de visión de la pequeña.

-          Hola Lisa. Soy Conejito.

Lisa volvió su rostro hacia Ariadna e hizo algo totalmente inesperado. Abrazó a la joven con todas las fuerzas que sus pequeños bracitos tenían y rompió a llorar desconsoladamente.

-          No me dejes Ariadna. No me dejes tú también.

La joven se quedó sin aliento, al igual que su madre.

-          Pequeña… ¿qué dices? Nadie te ha dejado, mira, Carol está aquí.
-          Carol es buena, muy buena, yo la quiero mucho. Carol dice que es mi mamá. Y Julio dice que es mi papá. Y son muy buenos y los quiero mucho. Pero tú me haces castillos y matamos malos y soy princesa y no pienso  que me dejen solita otra vez. Carol y Julio quieren hacer como tú, pero no les sale.
-          Dios mío pequeña. Papa y yo nunca te dejaremos.- le dijo Carol abrazándose a ella
-          Oh pequeña.- le dijo Ariadna.- no tenía ni idea de que te sentías así.-

¿Cómo había sido tan estúpida? En ése momento recordó que Carol la informó de que la pequeña había sufrido mucho y en su día, fue abandonada. Sintió que la niña había vuelto a revivir esa angustia. Sintió deseos de llorar. Pero no. Le debía a Lisa algo muy distinto.

Allí mismo improvisó un escenario, con juguetes varios, globos, vasos de plástico y algún que otro trozo de venda inventaron historias de caballeros y de sueños. Todos los chicos de la habitación participaron activamente. Tobías quedó impresionado. Hacía años que no veía a su nieta feliz, se la veía radiante, guapa, eufórica. Al cabo del rato, debieron abandonar la habitación, no sin antes prometer a Lisa que Ariadna volvería al día siguiente.

Un señor se mediana edad con bata blanca de doctor se les acercó.

-          Disculpen, soy el doctor Méndez.- dijo ofreciendo su mano a la joven en primer lugar y posteriormente a su abuelo.
-          Encantada
-          No he podido dejar de ver lo que ha ocurrido en la habitación hace un momento. Usted tiene magia. Los niños han entrado en su mundo de fantasía y por un momento se han olvidado de que esto es un hospital y ellos están enfermos. Todos formaban parte de su ilusión. Es usted fantástica.
-          Gracias. No se que decir.
-          No diga nada. ¿Tiene usted trabajo? Porque si no es así, no lo dude, en este hospital tiene trabajo, se lo aseguro. Acaba usted de hacer algo mucho mejor que una entrevista, nos ha hecho a todos una demostración práctica indudable.
-          Gracias, es usted muy amable. Soy abogada y ejerzo en un bufete. Pero gracias.
-          Tenía que intentarlo.- les dijo a ambos apesadumbrado.

Al subir al coche, Tobías estaba en silencio, pensativo. Y no arrancaba el motor.

-¿Pasa algo abuelo? Siento haberte entretenido tanto tiempo. Recuperaré estas horas hoy mismo.
- El que lo siente soy yo cariño. Tenía tanta ilusión con que alguien de mi familia continuase mis pasos que no pensé con claridad.  Te arrastré hacia mi sueño sin pensar en lo que tú querías y necesitabas. Jamás debí hacerlo Ariadna. Eres muy buena abogada, pero tu mundo es otro. Jamás te he visto tan feliz como hace un momento con esos niños.
- Abuelo…
- Siempre tendrás un lugar en el bufete. O casi siempre, porque ahora estás despedida. Si yo estuviese en tu piel, aceptaría el trabajo que acaban de ofrecerte hace un momento.

Ariadna miró a su abuelo boquiabierta y le vio sonreír sinceramente. ¡Se lo decía en serio! De pronto se sintió ligera, llena de vida, ilusionada…

-          Abuelo, ¿sabes qué? Tengo que aceptar un trabajo. Luego te invito a cenar, ya no eres mi jefe y puedo hacerte la pelota.

Ambos rieron.

Ariadna comenzó a trabajar en el hospital. Trabajaba unas horas como animadora a media jornada. El resto del tiempo lo empleaba en escribir. Retomó sus viejos hábitos y empezó a publicar cuentos y obras de teatro para niños. En poco tiempo se hizo famosa, pero no dejó de ir al hospital. Ahora lo hacía como voluntaria, no tenía horarios, pero cada semana pasaba al menos un par de días por allí y hacía reír a los niños.

Lisa perdió el miedo a que la abandonasen. Fue atendida por un psicólogo infantil que consiguió ayudarla con ese dolor que llevaba por dentro a pesar de su corta edad. Esteban, que así se llamaba el psicólogo, consiguió con la ayuda de Ariadna que Lisa se abriese y disfrutase de la vida y de sus padres adoptivos.


Al final va a ser cierto que la imaginación puede ser un fiero guerrero. En esta vida hace falta fantasía, ilusión... y así, afrontar con fuerza el día a día. 

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