Una habitación propia

 

Los mejores vestidos colmaban su inmenso armario descomunal y tan antiguo como valioso. Los más exquisitos manjares tentaban su apetito a diario. Las primeras ediciones de los clásicos más buscados, se alineaban en su biblioteca personal. Las flores más llamativas, colmaban su jardín.  

Pero ella, sentía un vacío en su interior. 

Recibía las invitaciones a las mejores fiestas. Los pretendientes que osaban  cortejarla, eran los más poderosos, atractivos y pudientes. Antes de expresar un deseo en voz alta, ya se le había concedido. 

Y un día deseó leer "Una habitación propia", de Virginia Woolf. 

Las órdenes del servicio eran satisfacerla en todo. A su tía, la señora de la casa, ni la veía. No tenía permitido salir del perímetro de la mansión donde vivía desde que quedó huérfana. Y un día decidió tener una habitación propia, en el exterior. 

Dejó claro que quería dormir bajo las estrellas, entre las flores de su jardín. 

La cama sencilla de una de las doncellas era más fácil de sacar al exterior que aquella reliquia con dosel. Los propios muebles de exterior le sirvieron de acomodo. Tomaba el té cada tarde escuchando el sonido del silencio y percibiendo la brisa en un rostro que poco a poco empezó a llenarse de pecas y broncearse. 

Los vestidos le resultaban aparatosos y empezó a vestir de forma mucho más sencilla. 

Y un día, se descubrió a sí misma preparando el té mientras su tía, la confundía con una de las doncellas. 

Ese día supo que al fin, era libre. 

Convenció a una doncella para que ocupase su lugar y partió, con apenas lo necesario. Se embarcó rumbo a una tierra desconocida. Su tía, jamás entendió porque su sobrina había dejado de tener las manos suaves y sus modales eran más bruscos, pero contrató a los mejores para que remediasen el inconveniente.

Y así fue como Ofelia, logró tener una vida propia.