El diario bajo la luna

 

En cada línea había algo de ti. ¿Se puede guardar toda una vida en papel? Tú decías que sí. Por eso comenzaste a transcribir todo cuanto pasaba y a tí te gustaba, disgustaba, emocionaba o aterraba. 

Línea a línea.

Día a día.

Todavía recuerdo el día en que con letra danzarina pusiste... 

"Querido diario..."

Aquél viejo libro parecía pronunciar tu nombre. Poco a poco reclamaba tu atención con más fuerza. Pasabas días enteros en la buhardilla, sin recordar que nosotros, tu familia; que yo, tu hermana, te necesitaba.

Y una noche, en la que la luna parecía besar el suelo; las nubes eran vapor de algodón, el aire se perfumaba con azahar y el camino de la vereda parecía gritar al monte, tu nombre apareció grabado en la portada de un libro que de pronto, se veía completo. 

Entraste en desesperación profunda.

No dejabas que nadie se acercase ni al libro, ni a ti. 

Y un día, sin más, padre derribó la puerta y...

Jamás volvimos a verte.

Pero seguimos leyéndote día a día, línea a línea, mientras te buscábamos en el monte, en la aldea, en el viejo molino, en el río.

A partir de aquel día la tinta comenzó a clarear entre espacios. Descubrimos una caligrafía distinta a la tuya, y de pronto el vacío. Una mañana, al abrir la cubierta de aquel libro de cuya tapa había desaparecido tu nombre... todas sus páginas estaban en blanco. 

Miré la pluma que yacía serena a su lado. Serena y solitaria. Y sentí un hormigueo en los dedos. ¿Y si ahora yo... ?

Mojé la pluma y escribí... 

"Querido diario..."