Las luciérnagas y el amor

 

La búsqueda de soledad le llevó a caminar por lugares solitarios. Gustaba de hacerlo en las primeras horas del alba, o cuando ya la luna reinaba sobre el cielo. Descubrió que si escogía la última, infinidad de luces pequeñas le acompañaban en el camino. De inmediato interpretó que se trataba de luciérnagas que el destino le regalaba. Tanto era así, que su cuaderno de dibujo se convirtió en su fiel compañero, viéndose sus hojas copadas de árboles con motas de color brillante.

Más una noche, se sorprendió al descubrir que la intensidad de la luz se volvía azulada, rosácea, amarillenta... Se percató de que cuanta más confianza y necesidad de acudir a ese lugar tenía, más vistosos eran los pequeños puntos de luz. 

Aquella noche, recibió una llamada. El tumor crecía. Primero perdería la visión, después el movimiento; finalmente la vida. 

¿Cómo decirle a su joven esposa, escritora de cuentos de hadas, que estas no existían? ¿Cómo sincerarse con ella y hacerla sufrir con la dura realidad?

Angustiado con este pensamiento, se acercó a ella, la besó con cariño y le dijo que iba a hacerle un regalo. Antes de perder la vista, pensó, le regalaría las más hermosas ilustraciones de hadas que pudiese nadie imaginar.

 Tomó una mochila en la que depositó su cuaderno de dibujo y unos lápices. Se internó por el sendero, como siempre. Un ligero mareo le hizo dudar sobre si había sido inteligente adentrarse en aquellos parajes solitarios.

Miró su cuaderno vacío. Durante un breve instante le pareció sentir la suavidad de los labios de su esposa en los suyos, e incluso oler su perfume. Continuó su camino. 

Hoy no había luces brillantes. Ello lo trastornó sobremanera e hizo que lágrimas de impotencia le acompañasen. ¿Las habría imaginado? Igualmente las dibujaría para ella. 

La primera punzada fue suave, más la siguiente apretó con fuerza haciendo que las lágrimas cubriesen una visión que se tornó borrosa. 

La desesperación aumentó, pero no cejó en su empeño de realizar el más bello dibujo que su esposa pudiese imaginar. Una nueva punzada le atravesó la sien. El camino se agitó y los árboles se tumbaron raudos al tiempo que el lápiz caía de sus dedos y el cuaderno quedaba a cierta distancia, tirado en el suelo. Notó el suelo en su mejilla. 

Cerró los ojos y recordó su primer beso. Su primer paseo juntos, la primera vez que hicieron el amor.

Un roce en la mejilla le sorprendió, descubriendo de pronto que la visión se le aclaraba y que una de esas luces había regresado, sobrevolándole. Poco a poco, todas los pequeños puntitos volvieron a aparecer entre la espesa arboleda. 

De algún lado surgió la fuerza para levantarse. Sintió tanta paz que no dudó un instante.

"Me quedaría aquí por siempre" 

Pronto, las luciérnagas regresaron, rodeándolo y haciéndole sentir una inmensa sorpresa al descubrir que tenían cuerpo humano. Uno diminuto, con alas iridiscentes que se agitaban sin cesar, cubriéndole por completo de polvo de colores. 

¿Hadas?

Cada hada parecía tener el mismo rostro. El de su esposa...

Nadie jamás volvió a verle. 

Nadie jamás supo de él. 

Tampoco nadie supo de su esposa, que misteriosamente desapareció en la misma noche.

Pero cada año, en el aniversario de su primer beso, el camino aparece regado de hojas de cuaderno donde aparecen dibujadas unas hermosas hadas pizpiretas y risueñas, junto a pequeños textos con letra pulcra y delgada, como de hada. 

A veces, en los dibujos se ven reflejados un pintor y una escritora. En la espalda de ambos, hay alas que agitándose, vierten letras que él dibuja.

 

Supongo que el amor se presenta bajo muchas formas