El pintor de paraguas

Pintaba a mano alzada. Dibujaba flores y colores en telas de paraguas. Hacía que la lluvia se deslizara por auténticas obras de arte que se veían al trasluz de la mirada... bajo un cielo de paz.

Hojas de hiedra, libélulas, ruiseñores y arlequines, se paseaban orgullosos, estampados sobre telas que antes se veían silenciosas. 

Pero un día, el cielo se llenó de dudas y miedos. De palabras sobre fronteras y colores de banderas.

Y al pintor le arrebataron los pinceles y le entregaron un arma. 

Comenzó a escasear la pintura.

Empezó a faltar el color y la risa. 

Y un día, faltó el pan. 

Hasta que en una mañana de lluvia, las pinturas se deshicieron bajo el agua, como lágrimas derramadas, tintando el suelo de colores que resbalaban por las laderas hasta tocar un río lejano, en otra ciudad, otro país, otra frontera. Le buscaban a él. Al pintor amable de risa franca que dibujaba flores y colores en telas de paraguas. 

Le llenaron por completo. Dibujaron de color su cuerpo y su pelo. 

Alguien gritó. Alguien lloró. Alguien sonrió. 

Todos entraron al río, tiñendo sus ropas de soldado...

Y en ese justo instante, aquel hombre sencillo abrió los ojos encontrándose en casa, a salvo, con sus pinceles y paraguas. 

Supo que había sido un sueño. 

Sintió alivio.

Y después miedo al comprobar que todas sus pinturas se habían vuelto del color de la piedra y la sangre.