Canción de cuna

 

Hay una canción de cuna, que tararea el viento en las noches de soledad, con acordes de esperanza para aquellas mujeres que quieren ser mamás. 

Cuenta la historia, que entre páramos y bosques, deambula una hechicera, que jamás, viaja sola. 

Siempre lleva consigo una luciérnaga que alumbra su camino, y un antiguo farol. En su interior, una tenue luz cálida alumbra el camino, una luz que emite pequeños destellos y parpadea cuando escucha el llanto de aquella que quiere ser madre. 

Cuenta la leyenda, que a veces, solo a veces, esa dama que deambula cubierta por un manto oscuro, deja caer la caperuza mostrando un rostro hermoso y redondo como de luna llena. Sus labios generosos sonríen mostrando caricias al viento. Pocos han visto su aterciopelado rostro de hechicera, pocos han mirado a esos ojos repletos, cuyo brillo podría eclipsar a la más hermosa de las estrellas. 

Pocos saben que ella es madre de aquellos pequeños que jamás llegaron a nacer. En su farol, lleva las pequeñas lucecitas de sus almas ansiosas por nacer. 

Y cuentan, que de tanto en tanto, la muchacha se apiada y escucha el lamento de aquellas que no pueden ser madres. Es entonces, cuando libera su capa, una capa pesada que la ata a la tierra, para así, lograr ascender hasta cruzar la línea invisible de las nubes y llegar hasta la misma luna, donde un columpio hace reír a un niño. Un niño, que ella misma le regaló. 

Con sumo cuidado, deposita el farol y abre sus pequeñas alas de cristal, emergiendo esas lucecitas que flotan transformándose en pequeñas luciérnagas, que adoptan forma de libélulas brillantes, para después a su vez, tornar en aves que imitan a los ruiseñores. Más cuando descienden, se vuelven polvo de estrella y entran por las ventanas y las chimeneas, por los recovecos más inesperados, por las hendiduras y grietas más pequeñas, y anidan. Anidan en el vientre de aquellas que quieren ser madres. 

Y es ahí, que la hechicera, de nuevo, con el farol vacío, besa al niño del columpio en la luna, y desciende como si fuese una cigüeña, asentándose en las torres más altas y misteriosas, para vigilar, que esas madres cuiden bien de esos hijos.

Si los niños son amados, crecerán olvidando su origen. Pero si no es así, se los volverá a llevar, esta vez, camuflada de nuevo bajo su capa oscura, en mitad de la noche, encorvando su espalda y encogiendo sus formas de mujer. 

Su voz será más grave, y su cuerpo hará el efecto de ser hombre. Quizás hayas escuchado mencionar algo sobre él. Parece ser que algunos le llaman el "hombre del saco"...

Hay tantas leyendas...