El refugio

 El viejo columpio siempre le servía de refugio en los días repletos de piedras. Hacía tanto que su padre fue al viejo trastero... Buscaba tesoros, de esos que se guardan en el tiempo. Recuerdos de cuando vivían los abuelos. Objetos que jugueteaban en el interior de los cajones de una vieja cómoda que guardaba secretos. Le gustaba detener su tiempo en el baúl de fotografías, y pasar la mano con suavidad por el estante de los objetos perdidos.

Buscó y buscó, hasta que encontró aquel trozo de madera que hizo las veces de asiento, aquél antiguo travesaño, que antaño, fue puerta. 

Con fuerte cordel , soga fina pero resistente, lo sujetó a la rama del antiguo roble centenario; ese que según algunos decían, sabía escuchar las historias, para luego envolverlas en hojas. 

Hubo de buscar en sus ramas más bajas, pues no era posible de otra forma, a pesar de los metros y metros de soga; pues eran casi tantos los metros, como las historias. 

Y allí, buscaba ella refugio en los días repletos de piedras.

 

Por el camino, gustaba de acompañarse con flores silvestres y aire fresco. Y dejaba de pensar, salvo en los colores del ocaso y en los sonidos que apenas se atrevían a hacerse sonar. 

Después, regresaba, libre de piedras y oliendo a tomillo y jara. Una sonrisa, y en la mirada, una luz estrellada. Muchas veces, llevaba en sus bolsillos alguna cosa que le había parecido hermosa para el estante de los objetos perdidos. 

Sí. Su padre siempre supo donde construir un buen refugio. Uno, que pareciese un simple columpio...