El amante, de Marguerite Duras

 

"Muy pronto en  mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado"

Unos toques en mi puerta me hicieron dejar  durante un instante  lo que estaba haciendo en ese momento. Me dirigía a abrir, cuando recordé que no llevaba puesta la mascarilla. En el cajón de la pequeña mesa que hay en la entrada de casa, justo bajo la madera que dice "Live and love your life" (Vive y ama tu vida) guardo una. 

Pero, al mirar por la mirilla, volví a dejar la mascarilla en su lugar. No la necesitaría con ella. Le rogué que esperase un segundo, y me miré al espejo que tengo al lado de la entrada. No llevaba maquillaje, e incluso, iba despeinada. Intenté colocar mi pelo lo mejor que pude y al fin, abrí la puerta ante tan magnífica invitada. 

Al otro lado, paciente, con un pequeño paquete envuelto en sus manos, Marguerite Duras aguardaba. 

Ya sé que murió en 1996, pero supongo que es un favor que obtienen aquellos grandes escritores que te visitan una o más veces a lo largo de tu vida. Les coges cariño, los escuchas, los mimas, y muchos, se quedan en casa para cuando los necesites.

La invité a pasar, y sentí que mi comedor se quedaba pequeño ante su presencia. El pequeño paquete que traía, envuelto en papel de periódico, era un regalo para mi. "El amante".

Le di las gracias con timidez, y le pregunté si quería tomar algo, pero me dijo que no. Y después, se sentó en mi sofá, a mi lado, y me invitó a abrir las páginas de su novela y comenzar su lectura.

- Es breve - me dijo -, pero encierra toda una vida.

Así que cogí mis gafas de lectura y ella se sonrió. 

Me alegré de haber puesto hace poco cojines nuevos. Jamás imaginé tener en casa a la mismísima Marguerite Duras. Ella sí que era una escritora fantástica. Y no solo escritora. Estudió Derecho, Matemáticas y Ciencias Políticas. Se afilió al Partido comunista francés y fue miembro de la Resistencia durante la segunda guerra mundial. Publicó una veintena de novelas, escribió dieciocho obras dramáticas, guiones de cines y realizó varias películas. 

Así que con su permiso, yo si que me preparé un café. 

Y me sumergí en la lectura. 

Hasta el final.

Sus letras hablaban de una historia de amor. Una que quizás no debió empezar. Empezó por la necesidad de dinero, por la miseria, y por las circunstancias. Pero empezó.

Así fue como en una tarde, una adolescente de quince años y un acaudalado comerciante chino de veintiséis, compartieron destino y hablaron. Hablaron sobre la situación de ella, porque había llegado ahí. Hablaron de la situación de él. Porque había llegado ahí. 

Ocurrió en Indochina, en una época difícil.

La joven fue repudiada. Repudiada y mal vista, por ser lo que era. ¿Y qué era, salvo una criatura que intentaba sobrevivir?

Un amor que dolía. A ella le dolía. A él le dolía. 

Un hombre que se prendó de ella. Ella era su mundo, pero no podía serlo. No en esa época, en ese lugar...

La vida puede ser cruel. Lo es.  

O así, lo habría descrito la misma Marguerite.

Ahora, te hablo yo, y te cuento que:

No la juzgarás. Al contrario, sentirás una increíble empatía con todo lo que está viviendo. Te pondrás en su piel, y sentirás la pasión, el dolor, la indescriptible culpa de saberse la vergüenza de su familia, en una época y unos escenarios poco amables. 

Tan solo era una niña, pero amó como una mujer y supo que aquello le marcaría por siempre. 

Escrita de una forma muy particular, con párrafos sencillos, en primera persona, cómo no. A veces, comienza una frase como terminó la anterior, en un juego literario hermoso. 

Obtuvo el premio Goncourt en 1984, y su historia se llevó al cine en 1992. 

Explica, con delicadeza y decisión, el por qué envejeció tan joven...

No había leído nada de esta autora, y su forma de expresar las emociones me ha quedado grabada. Me ha parecido brutalmente sincera...

La miré con la emoción apenas contenida y ella asintió. 

- Sí, ocurrió casi todo.

Al levantar la vista, observé asombrada como había ido rejuveneciendo mientras yo leía. Su aspecto ahora no aparentaba más de quince o dieciséis años. 

Se levantó con gracia. Se miró al mismo espejo en que yo lo hice antes, y sonrió. 

Después, me deseó suerte y se marchó, dejando en mi estantería su regalo y su recuerdo...

Espero que algún día, vuelva a visitarme de nuevo...