Ya eres libre, papá

Hola mis queridos amigos. 

Llevo un par de semanas desconectada de todo, de escribir entradas, de comentar en blogs, de redes sociales, de la propia vida. 

Ya había escrito alguna entrada anterior en la que dejaba ver que tenía el corazón herido. Muchos de vosotros me habéis animado con vuestro cariño, y deseado, una pronta mejoría del problema que me estuviese aquejando. 

Yo sabía, que no había solución, más que volcar aun más amor en él, en ese maravilloso señor que aparece en la fotografía. 

El uno de julio se fue mi pilar, mi referente, mi héroe. Él siempre me ha dado la mano, me ha aconsejado, escuchado, apoyado. Él me dio la vida, y me regaló un cachito de su sonrisa, ese cachito que te hace cosquillas en el corazón. 

Su cuerpo no pudo más. Esa enfermedad llamada cáncer se lo llevó, y lo hizo de esa forma cobarde en que actúa. Se lo quiso llevar, y lo consiguió. Fueron años de lucha en los que al menos, pudimos tenerle junto a nosotros en unos años de supuesta tranquilidad. 

Más este año, poco antes de Navidad, descubrimos que las sombras se pueden condensar llegando a crear auténticos monstruos. 

El confinamiento no ayudó. Le privó de ver a muchos de sus seres queridos, pero no pudo aniquilar su espíritu. Él salía cada tarde a las ocho a aplaudir al balcón, dedicándole ese aplauso, a veces posible tan solo tras la consiguiente dosis de morfina, a su querida Virginia y Fernando. Su enfermera y su médico, como él los llamaba. Dos personas que le han dado tantísimo amor en estos meses, que sin ellos, no habría logrado la paz que consiguió durante el camino hasta el desenlace final. 

Te hablan de paliativos y el mundo se congela. 

Te hablan de esperanzas con una quimio que parece no llegar nunca... y el tiempo se detiene.

Y es ahí, que comienza la desescalada de una pandemia mundial, y conseguimos lo que no habríamos conseguido unas semanas antes. Conseguimos cumplir su sueño. Conseguimos que pudiese ser atendido en casa, rodeado de los suyos. Que sus hermanos pudiesen despedirse de él...

Así que ganaste la batalla papá. Como siempre, tu corazón guerrero venció. Lograste lo que deseabas, y diste tu último suspiro junto a nosotros. 

Suerte que solo marchó tu cuerpo.

Suerte, que tu legado, tu sonrisa, tu esencia, tus enseñanzas, y todo ese amor que solo tú sabías entregar como un manto cálido en invierno o una brisa fresca en el tórrido verano... esa se ha quedado con nosotros. 

Has dejado un vacío inmenso. 

Las lágrimas se han ido haciendo más profundas, más conscientes. Pero también se ha hecho más consciente que era la hora de descansar, de viajar a un lugar más sereno. De avanzar. De continuar tu propio camino.

Y por favor papá. Si eso de que las almas vuelven es verdad... vuelve a ser mi padre en tu próxima vida, porque jamás podría haber tenido un padre mejor que tú. 

Ahora, seré tu digna hija. Mis hermanos y yo continuaremos tu senda. Y seremos fuertes. Fuertes como tú. Y disfrutaremos de las cosas de las que tú disfrutabas... de los pequeños detalles que hacen grande la vida de una persona. 

Te quiero papá. 

Y sigo sintiendo tu mano sosteniendo la mía.