Si me das la mano

— Si me das la mano, jamás la soltaré — le dijo ella en un murmullo

— Si te doy la mano, yo seré el que jamás te soltaré — respondió él.

Y así fue como ambos decidieron no darse las manos, pues aquello les aterraba más que les incitaba. No era sujeción lo que buscaban, sino alguien con quien compartir sin ataduras, sin reproches, sin reclamos. Alguien con quién solo ser, solo sentir, solo vivir…

Así fue.

Y así fue también, que por todos lados se les veía juntos, con una sonrisa en aquellos labios que de vez en cuando callaban para juntarse. Sus miradas cómplices, sus caminos alineados. A veces, se le veía a él. A veces, se la veía a ella. A veces, ambos se dejaban ver a la vez. Cada uno tenía su plan de vida, cada uno tenía su sitio en el mundo, y al mismo tiempo, juntos, habían trazado algo en común.

—Si me das la mano, la acariciaré con la mía — le dijo ella en un murmullo.

Y él no respondió. Solo sonrió y enlazó la mano de ella mientras también enlazaba sus labios.