La dama del bosque

Siempre se las arregló para esconderse ante los demás. Poco importaba que nadie supiese de su existencia, al contrario, era preferible así. Semi oculta, medio dormida, escondida...

El momento se acercaba. Se lo decía su corazón, se lo decía la sangre que corría por sus venas y que se transformaba en savia por segundos, se lo decía su cabello que comenzaba a crecer, estirar, endurecerse y tomar forma de dedos que se flexionan y estiran queriendo tocar el cielo.

El frescor de las hojas empezó a llegar de forma suave, toda ella necesitaba entrar en contacto con el suelo y ser la esencia de la tierra. Apoyó las plantas de sus pies junto al lecho del río y empezó a sentir como el agua pasaba bajo la tierra y se adentraba en su interior, refrescando el fuego que momentos antes había provocado el ardor de transformarse...

Respiro hondo y sus labios rosados se arquearon en una sonrisa como de Gioconda. Al fin podía ser ella. Al fín podía ser...

Dejó que el perfume de su piel se extendiese como un afrodisiaco por todo su cuerpo, y volase libre por el viento hasta llegar a cada recóndido lugar.  Y cerró los ojos para sentir el fluir de la vida.

Fue entonces que un niño pequeño que asombrado había visto todo el proceso, se acercó a lo poco que quedaba de humana en ella, y le acarició con suavidad una mano que podía ser pétalo...

- ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

Ella le tocó con suavidad haciendo que el chiquillo percibiese el más suave de los aromas.

- Soy Primavera, pero ahora, debes olvidar lo que has visto mi pequeño amiguito. Solo juega y disfruta de mi regalo...

¡FELIZ PRIMAVERA!