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Yo te cuento

domingo, 23 de abril de 2017

El viejo ciruelo. Capítulo 3



Capítulo 1
Capítulo 2

Capítulo 3

El primero en acudir a la cita fue mi amigo Tomás. Diez minutos duró la misma, tras la cual salió abatido, enfadado, disgustado consigo mismo y con Adela. Despotricó, gruñó y se enfadó por aquellas absurdas preguntas.

- Tomás, dime, cuéntame.
- La muchacha es en verdad guapa, vista de cerca es aún mejor. Pero está loca, te aseguro que esa mujer no está en sus cabales, está loca como su padre. No merece la pena, créeme.
- Entonces, ¿qué mas te da?
- No. Si te desvelo las preguntas puedes preparar las respuestas, y no es justo. Pensará que eres mejor que yo, tú que puedes tener a la que quieras. Lo siento, pero no.

Si bien la respuesta me fue dicha más en burla que en serio, resultó ser más en serio que de burla. Mi amigo no soltó prenda.


Dos días después, mi otro amigo, Felipe, acudió a la cita. Salió de allí riéndo a mandíbula batiente, diciendo que estaba claro que Adela no quería casarse, porque aquellas preguntas no eran ni medio normales, e imposibles de responder. Que eran preguntas que podían tener un millón de respuestas, o ninguna. Pero tampoco quiso desvelarme nada.

Ambos, tenían planeado volver a intentarlo.

Yo tenía cita con ella al día siguiente. El abatimiento y el nerviosismo me dominaban por igual, y sentía que el mundo no era mundo sin aquella muchacha.

Desanimado me levanté el mismo día de la cita. Desanimado, abatido y asustado. Como cada día, me dirigí presuroso a la herrería abriendo las puertas de la misma antes que cantase el gallo del alba. Y ahí, me llevé la sorpresa de mi vida, cuando vi a la joven, que venía hacia mí, con esos ojos color nuez moscada, fijos en un punto, supongo imaginario. Pero que en ése punto, era yo quién la observaba.

- Buenos días – me dijo con una sonrisa que me cortó el aliento.

Tan alelado quedé que no le respondí, olvidando que ella, criatura del cielo, no podía verme. Cuando su sonrisa murió en el rostro y preguntó si había alguien, me sentí como el hombre más imbécil sobre la faz de la tierra.

- Eh, sí, perdón, buenos días. ¿Puedo ayudarla en algo?

Mis manos temblaban mientras le hablaba. Quién lo diría. Un tiarrón de metro noventa temblando como un niño pequeño.

- Necesito saber cuánto podría costar hacer una nueva puerta para la cancela de entrada.
- Eh... por supuesto. Tendría que tomar la medida de la cancela para poder decirle con más exactitud...
- Un metro con veintitrés centímetros y medio de ancha, por dos metros con diez centímetros de alta – me respondió con toda la tranquilidad del mundo.

Aquella respuesta tan segura y certera me dejó boquiabierto.

- Imagino que las medidas las habrá tomado su padre – pregunté cuidadosamente.
- Las tomé yo misma – me aseguró con una sonrisa que volvió a dejarme sin habla.

¿Ella misma? Eso era imposible.

- Perdón, pero, he de preguntarle. ¿Cómo es posible, siendo usted como es... ? Bueno...
- Ciega. Dígalo sin miedo. Sí, soy ciega, pero ello no me impide ver.

Aquella respuesta no era sin lugar a dudas la que yo esperaba, y me dejó tremendamente consternado.

- No entiendo...
- Puede venir si quiere y tomar usted mismo las medidas.
- No es que dude de usted, entiéndame, es que forma parte de mi trabajo tomar las medidas por mí mismo.

Mi desconcierto aumentaba por segundos. Pero ella, impasible, solo sonreía.

- Puede acompañarme ahora si quiere.

No lo pensé. Solté todo lo que tenía entre manos y me dispuse a acompañarla. No podía dejar de mirarla. Si de lejos era hermosa, tal y como ya me habían avisado, estando cercana, era una diosa. Aquella forma tan graciosa en que su cabello se había soltado de su recogido, la curvatura de sus pestañas, la forma de sus labios... o su pequeña nariz respingona. Su piel parecía terciopelo que yo moría por acariciar, y su olor a jabón y flores me llevaban embelesado.

Mediría un metro setenta, más bien alta para la media de las mujeres del pueblo. Vestida de forma sencilla, sin hacer aspavientos de su valía. ¿Sabría ella lo bella que era?

- Está usted muy callado – me dijo de pronto.
- Perdón, no quería molestarla.
- No me molesta. Pero si me gustaría pedirle un favor. Ya que tenemos una cita esta tarde para que me yo pueda hacerle las tres preguntas correspondientes, y es posible, que no volvamos a hablar más... podrías al menos tutearme, como acabo de hacer yo. ¿No te parece?

¡Ella lo sabía! ¡Y aún así había venido! ¡Tutearla! Yo besaría el suelo que ella pisaba si me lo pedía.

No pude contestarle nada. Ella era ciega, pero yo acababa de quedarme mudo.

En pocos minutos llegamos a su casa e hice las mediciones.  Un metro con veintitrés centímetros y medio de ancha, por dos metros con diez centímetros de alta, tal y como ella había dicho.

- La medición es exacta. ¿Cómo lo hiciste?

Ella sonrió de forma enigmática, pero no contestó mi pregunta.




10 comentarios:

  1. Cada vez está más interesante. Un beso.

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    1. ¡Ay Margarita! esto engancha, intriga y estoy espectante.
      Me encanta, guapetona.
      Besos.

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    2. Pues sí Maria José, ya queda muy poquito, ja ja. Muchos besos :D

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  3. Que niña misteriosa, se va poniendo mejor en cada nuevo capitulo.

    mariarosa

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    1. Hola Maria Rosa, pues quedan muy poquitos, ja ja. Muchos besos :D

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  4. Mari Carmen, muchisimas gracias cariño, pues me alegro que te esté gustando preciosa. Muchisimos besos :D

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  5. Wooooo una vez más me encantó
    Un gusto pasarme a leerte
    ¡un besazo!

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