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Yo te cuento

domingo, 30 de octubre de 2016

La bella y la bestia



La pálida luz de la luna iluminó sus enormes colmillos e hizo que la víctima sintiese auténtico terror.

Pocos instantes después, aquellos largos y afilados colmillos se hundían en la carne y succionaban de forma lenta, pero inexorable, aquél líquido vital para la vida. En pocos segundos, su aliento se extinguió, y ya solo quedó un leve recuerdo del que fue su latido.

El atacante tomó entre sus manos el colgante que la impulsaba. El metálico círculo que contenía en su interior lo que para un profano,  sería un árbol más. Pero aquél colgante significaba mucho más. Inspirado en el antiguo Egipto, simbolizaba a aquél que sirvió de sustento y origen a Isis y Osiris, la vida y la muerte.

El dualismo. El yin y el yang. El día y la noche. La vida y la muerte. Pero cada uno de estos elementos, necesita al otro para subsistir, respirar y existir. La Bella y la Bestia… el bien y el mal…

Pero quizás deba retroceder algo en el tiempo para que se entienda este apasionado final. Quizás, debáis conocer los motivos que impulsaron a la Bestia a tomar el control…

Isabella, joven, delgada, de poca estatura, de rostro ovalado enmarcado en suaves rizos del color del atardecer. Sus ojos, limpios y puros, de un suave color avellana, se derretían cada vez que él, pasaba cerca.

Se enteró de que existía una vacante en el periódico que él dirigía y no pudo creer en su buena suerte. Se presentó a la vacante y consiguió el puesto, pues a pesar de su timidez, era una profesional a la hora de defender su trabajo como periodista.

En el jurado que la eligió estaba él, Lucas Valverde, más conocido, a sus espaldas, por toda la redacción como La Bestia. Hombre de rasgos duros y provocadores, mujeriego empedernido y astuto, había ido subiendo en los escalafones sociales a costa de devorar a los demás. Atractivo, atlético, adinerado e influyente, lo poseía todo. Y a todos. Él decidía, él ordenaba, y a él, se obedecía. Grande, de casi dos metros de altura, era completamente en comparación, lo contrario a la dulce Isabella.

Nada más acabar la entrevista, él se acercó a ella y colocó su inmenso cuerpo en actitud íntima, rozando con su mano uno de sus rizos y bajando la cabeza para susurrarle al oído…

- Te llamaré Bella.

Ésa fue la primera vez que la joven sintió que su piel se erizaba cuando él estaba cerca y que la sangre se le calentaba en su presencia.

Él lo era todo para ella. A pesar de que ella para él, no era más que la chica del tiempo.

Pero todo iba a cambiar. Bella había tomado una decisión. Se acercaría a él, y le demostraría que tenía agallas, que podía luchar por lo que quería. Le convencería para conseguir un puesto de columnista en la sección de sucesos. Le encantaban los sucesos. Tenía un extraordinario don para relatarlos. Sí, le convencería. Primero obtendría ese puesto, y después, lucharía por él.

Animada por las sombras nocturnas, y el anonimato, decidió seguir a La Bestia a través del parking del periódico hasta ver como él dejaba atrás su coche y se dirigía tras unos setos del parque que había justo al lado.

Bella le siguió en silencio y escuchó la voz de una mujer. Una conversación en voz muy baja que apenas logró escuchar fue seguida de unos gemidos continuos.

Bella miró hacia el cielo. La luna llena lucía espléndida y ella sintió que de nuevo sus ánimos regresaban. Le gustaba la oscuridad, se sentía a salvo, invisible.  Como en una especie de trance, mientras aquellos gemidos llegaban a ella cada vez con más claridad, recordó vagamente un cuento que su abuela le relataba de pequeña. Uno que la hacía sentir como princesa de cuento. Uno de tantos que su abuela le contaba en las innumerables noches que su madre salía a hacer la calle, dejándola sola y asustada. Cuentos que hablaban de magia y cosas imposibles de cumplir que se hacían realidad.

Y entonces les vio. Como dos adolescentes impacientes, la Bestia y Nuria, compañera del periódico, se besaban a la vez que paseaban sus manos por todas aquellas partes que podían del cuerpo del otro. Ambos, detuvieron un instante esa locura y se dirigieron sin tan siquiera percatarse de que Bella permanecía oculta tras los setos, al coche de Lucas.

Bella podía escuchar a la perfección cada gemido y percibir cada movimiento. Podía escuchar incluso los latidos frenéticos de sus corazones mientras ambos aunaban sus ritmos. 

Dolorida, furiosa, se ocultó tras unos árboles y esperó. Esperó hasta que todo cesó. Esperó hasta que ella, con una risa tonta, se despidió de él, no sin antes asegurarle que al día siguiente pasaría por el periódico para ocupar su nuevo puesto. Esperó hasta que él decidió bajarse del vehículo para fumar un pitillo.

Un movimiento algo brusco de ella hizo a Lucas darse cuenta de que estaba oculta. Y la reconoció.

- ¿Bella? Vaya, vaya, pero ¿a quién tenemos aquí? ¿Eres una mirona Bella? o tal vez, quieras participar…

Ella respiró hondo. Un, dos, un, dos, mientras le veía a él, con el rostro transfigurado, dirigirse a ella con pasos de cazador ávido…

Como cuando era pequeña y tenía miedo, miró a la luna y se concentró en su esfera mágica y visualizó el árbol de Isis y Osiris… Isis, la vida… Osiris… la muerte… Sintió la llamada de la sangre. El fuego de su interior la inundó al completo. La luna se derramó en ella haciéndola reina de la noche. Sus colmillos aparecieron y sus ojos se ensangrentaron. Necesitaba tomar una vida o morir. Antes de comprender qué estaba ocurriendo, Lucas sintió horrorizado un dolor punzante e inesperado seguido de una languidez total.

Como cada luna llena, Bella, succionó y acabó con la vida de un simple mortal.

Al día siguiente, una gran exclusiva fue presentada en el periódico. Bella, la dulce e ingenua mujer del tiempo había escrito un artículo fantástico y aterrador a la vez. Con pelos y señales describía como Nuria, la informática del tercero, había asesinado al dueño del periódico a escondidas en el parque, sirviéndose de dos cuchillos alargados, con forma de colmillos, encontrados envueltos en papel del propio periódico en uno de los contenedores de basura que había tras el edificio.

Fue ascendida de inmediato a columnista en la sección de sucesos. Había plasmado con tal detalle lo ocurrido que no había dudas sobre su gran imaginación para poder escribir algo así de sórdido con esa pulcritud.




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