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Yo te cuento

martes, 11 de agosto de 2015

Volare...

Hace mucho y poco tiempo, en un lugar lejano y cercano a la vez, existió un niño que añoraba volar.  Cada día, de madrugada, cuando aun el gallo del corral no había empezado su canción, Pedro se levantaba y corría al techo del granero.

“Si me lanzo desde aquí, volaré”, pensaba.

Gateaba por la vieja escalera carcomida y llegaba al lugar elegido para cumplir su sueño. Elevaba sus pequeños brazos al viento y se concentraba, sumido en sus pensamientos, en ser pájaro de brillantes colores e intensa mirada. En su imaginacioń, sus pequeñas manitas iban sustituyendo dedos por plumaje, y sus brazos se volvían ligeros y alados. Su cuerpo continuaba con la transformación, y por último, su pecosa y traviesa carita se encogía y encogía, hasta que el pico sobresalía...

Un pequeño salto en el espacio tiempo y un ligero brío en sus recién estrenadas alas debían ser suficientes para emprender el ansiado vuelo... Pero éste, jamás llegaba y Pedro volvía a la realidad de su cuerpo humano.

Día tras día repetía la misma operación. Alguien le dijo una vez que si deseas algo con mucha fuerza, se cumplirá. No está bien mentir a los niños, así que estaba seguro de poder cumplir su sueño.

Una noche, tuvo sueños inquietos y novedosos. 


Se veía a sí mismo sobrevolando las montañas y el mar, las pequeñas lomas de las colinas y el ganado que pastaba sereno en el valle... En su vuelo, todo se veía pequeño, distante, y a la vez, absolutamente real.

La solución acababa de llegar a su mente como un regalo. Debía saltar, pero no desde el viejo tejado del granero, sino desde la montaña más alta que pudiese encontrar.

Casi se cae por las escaleras ese día en su premura por llegar al ordenador de su padre. “Jamás toques mi ordenador sin permiso” le había dicho éste. Pero su padre aun dormía y él necesitaba investigar...

Casi una hora tuvo que esperar aun, pero al fin, su padre le permitió utilizar aquél aparato que tan celosamente guardaba. Y entonces, por accidente, en lugar de abrir la pestañita de internet, pulsó sobre un pequeño cuadradito donde se podía leer “Volare”.

Pedro contuvo la respiración, ante sus sorprendidos ojos aparecían, una tras otra, en selecta procesión, infinidad de fotografías de aves en pleno vuelo, paisajes a vista de pájaro, alas delta, paracaidas... Su padre también había querido ser pájaro, pero jamás se lo contó. ¿Por qué? ¿Habría perdido su padre la esperanza de volar? ¡Él le demostraría que podría cumplirse!

Nervioso, con su corazón latiendo tan a prisa como cuando corría para que la cabra de su tía no le embistiera el trasero, corrió y corrió tanto, que hubo un momento que pensó volar de verdad. Recordó el risco del río. ¡El lugar perfecto! Alto, empinado, peligroso y poco transitado...  Corrió y corrió hasta que le faltó el aliento y plantó las rodillas en la tierra, a escasos metros del risco. El ruido fuerte del agua reberveraba en sus oídos y le transmitía sin embargo calma. Estaba a punto de volar.

Su corazón latía tan fuerte que las aves cercanas emprendieron el vuelo, mientras él, tomaba posición en el borde del risco. No miraría abajo. No aun. Respiró hondo y comenzó a visualizar en su mente como su pequeño cuerpo realizaba una vez más la transformación. Cuando el pequeño pico apareció en su carita, movilizó sus alas y saltó, de una forma limpia, contundente, y esta vez, real.

Aquella no era la sensación que él esperaba. No podía respirar, tenía miedo, agitaba sus alas pero éstas habían tomado de nuevo forma humana. El agua golpeaba con fueza las piedras a pocos metros ya de él. Iba a morir. Iba a morir sin poder mostrar a su padre que volar era posible.

Cerro los ojos y lloró. Y entonces... sintió un fuerte pellizco en sus hombros y un cosquilleo intenso en el estómago mientras sentía como se elevaba. Abrió sus pequeños ojos y vio que el agua del río se alejaba y el cielo le recibía con ansia. Notaba algo que le oprimía los hombros y un fuerte viento a ambos lados de su cabeza. Al mirar hacia arriba observó como un águila inmensa y majestuosa lo había tomado entre sus garras fuertes y lo elevaba a su nido de una forma eficaz y contundente. No sintió miedo. Al fin, estaba volando.

Con cuidado, la inmensa criatura le colocó sobre su nido, y le protegió el cuerpo con sus alas, en un gesto protector. Poco a poco, de forma lenta pero hermosa, el águila comenzó a cambiar su forma. Su gran pico curvo se reducía, sus ojos agrandaban, su cabeza crecía y sus alas menguaban. Su cuerpo se alargaba... y unas manos le abrazaban.

- Gracias por salvarme la vida papá.






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