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Yo te cuento

sábado, 15 de agosto de 2015

El hombre del saco

¿Cuántas veces nos han hablado del temido hombre del saco?  Nuestras madres nos asustaban con él, si éramos demasiado traviesos podría venir por nosotros. Después creces y piensas un poco. ¿De veras? ¿De veras ese hombre podía cargar con tanta gente? La verdad es que la historia que nos cuentan no es exacta, no del todo al menos.

Hace muchísimo tiempo en una pequeña aldea de algún lugar inexistente, un matrimonio subsistía con sus tres hijos.

León, el cabeza de familia, era un hombre agraciado. En su juventud, fue famoso entre las mozas del lugar por sus músculos y su sonrisa. Pero la afortunada en conseguir su atención, fue Beatriz, conocida en aquél y otros reinos por su belleza.

Quizás Beatriz podría haber aspirado a algún noble, o quizás incluso, algún miembro de la casa real. Pero lo cierto es que León fue el elegido. Así que contrajeron nupcias, y tres hijos nacieron de su amor. El mayor, Julián, heredó sin duda el porte y fuerza de su padre, e incluso, la belleza de su madre. María, la segunda hija, era quizás demasiado delgada, pero tenía el rostro de un ángel y unos rizos del color de la miel que dejaba sin aliento a más de un joven de la aldea.

Sin embargo, Hugo… era algo diferente. No era delgado como su hermana, sino de alambre. “El endeble” fue su primer mote. Y su rostro… no era feo, solo incómodo de ver. En verdad, el muchacho creció rodeado de motes, habladurías y burlas.

El tiempo fue transcurriendo. Julián se obsesionó tanto con su aspecto que no prestaba atención salvo a sí mismo. María seguía teniendo la cara de un ángel, pero digamos que su delgadez se había acabado. Ahora era bella y algo metidita en carnes. Y en cuanto a Hugo, seguía siendo incómodo de ver y enclenque, pero con una salvedad. Si bien era un esqueleto andante, mostraba una fuerza singular. Era capaz de levantar el triple de peso que el más fuerte del lugar.

Poco a poco, los lugareños comenzaron a pedir al muchacho ayuda en sus tareas a cambio de comida y animales domésticos. Y de esa forma, curiosamente, la familia empezó a vivir de manera más holgada. Jamás faltaba la comida en la despensa o los animales en el corral.

Pero un día, una mujer desesperada por las travesuras de sus pequeños tuvo una idea. Contrató a Hugo para que “asustase” a sus hijos si la desobedecían. 


En principio, él se negó rotundo. Pero la señora era viuda y estaba tan agobiada, que Hugo, terminó cediendo.

Para dar más realidad a su teatro, se colocaba un viejo saco sobre la cabeza y así, llegó a llamarse “el hombre del saco”. Su fama se extendió como un reguero de pólvora. Era llamado desde las aldeas colindantes, y poco después, de los reinos colindantes. Finalmente, Hugo decidió que era una forma de ganarse la vida como otra cualquiera. Algunos pagaban en especie, pero otros tenían monedas. Terminó comprando un caballo para poder desplazarse y aceptó su nueva forma de ganarse la vida.  

Cierta tarde, mientras se dirigía a una aldea desde donde había sido llamado, decidió darse un descanso y un baño, que bastante calor hacía. Pero al acercarse a las aguas, observó que una joven nadaba en ellas, desnuda.

Arrebolado, decidió que debía marcharse de allí con presteza, porque si la joven lo descubría, sería muy difícil de explicar. Pero no podía moverse de allí, así que se le ocurrió una idea. Se colocaría el saco en la cabeza y ella no le reconocería si le veía. Se ocultaría entre los árboles y esperaría paciente a que ella se marchase para tomar el baño.

Pero cuando ya tenía el saco colocado, oyó mucho ruido en el agua. Sin dudarlo, corrió hasta el lago para ayudar a la joven con aquél saco sobre la cabeza y olvidando que él ¡no sabía nadar! ¡Menudo desastre!

Cuando la joven vio que alguien con un saco en la cabeza se acercaba a ella gritando, vociferando, y cayéndose al agua una y otra vez, escupiendo cada vez que sacaba la cabeza del agua… no lo dudó y corrió a socorrerlo. Ella había gritado porque algo la había rozado bajo el agua y se asustó, pero ahora, o ayudaba a este extraño hombre o él moriría.

Tras un forcejeo, la joven consiguió sujetarlo y sacarlo del agua. Para entonces, los gritos y voces alertaron a la servidumbre de ella que acudieron al lugar. La muchacha recordó que estaba desnuda. No era propio en una dama hacer aquello, pero se sintió tan tentada por aquél paraje y el calor era tan abrumador… que ordenó a sus sirvientes alejarse y decidió zambullirse en las aguas frescas. Ahora, iban a descubrirla desnuda, así que con toda la rapidez que pudo, soltó el saco que llevaba aquél hombre en la cabeza y lo sacó presta a fin de cubrir su desnudez con él.

Pero al hacerlo… ambos se quedaron petrificados. Él porque ella le miraba directamente al rostro, y ella, porque, ¡jamás había visto a nadie tan hermoso! ¡Era, simplemente, perfecto! Sus rasgos eran tan varoniles que no podía creerlo. Su nariz aguileña, sus profundos ojos, esa mandíbula cuadrada…perfecto. Y su cuerpo… tan esbelto…

Hugo no daba crédito a sus ojos. Ella se había colocado el saco a modo de vestimenta y le miraba de una forma extraña. Lógico, era muy feo, mientras ella, no podía dejar de pensar en la de veces que había pedido a sus antepasados que le ayudasen a encontrar a un hombre distinto al de sus hermanas. ¿Centenas? ¡Miles!  Ella quería encontrar a un hombre viril, de aspecto duro y fuerte que proclamase seguridad. Y lo tenía delante.

Hugo malinterpretó su gesto y salió corriendo de allí sin dar ni tan siquiera las gracias. Huyó abochornado porque para él, ella no soportaba ver su rostro. Herido, volvió a su aldea. Por las noches no dormía. Sólo pensaba en aquella muchacha y en lo que pudo ver de su hermoso cuerpo antes de que se cubriese con aquél horroroso y a la vez querido saco.

Pocos días después, fue apresado por unos soldados. El temor invadió sus entrañas. Si él así lo deseaba, podría derribar a todos aquellos soldados de un solo manotazo, tal era su fuerza. Pero no. Quería hacer lo correcto y descubrir al menos, el motivo por el que era arrestado.

Al llegar a Palacio, descubrió sorprendido que en lugar de llevarlo a los calabozos, era dirigido al Salón del Trono, donde su Majestad el Rey, le esperaba. Por respeto, mantuvo su rostro bajo.

- ¿Cómo te llamas plebeyo? – preguntó el monarca.
- Hugo, Majestad.-  contestó sin levantar el rostro.
- Te preguntarás que haces aquí.
- Sí señor, así es.
-¿Recuerdas a mi hija?

Sorprendido, se atrevió por primera vez a levantar la cabeza. Todo el salón al trono exclamó un ¡Ohhhhhhj! Y se retiró. Incluso, algunos, retrocedieron para no estar cerca de aquél ser tan feo. Pero él los ignoró a todos y fijó sus ojos en aquella hermosura que días antes le había salvado la vida en el lago. ¿Era la hija del rey? ¡Oh, no! ¡Iban a colgarlo!

Sintió una extraña debilidad. Sería la certeza de saber que iba a morir, cuando de nuevo, asombrado, veía como el rey se acercaba a él presuroso y le abrazaba con el gran estruendo del resto de la estancia.

-¡Gracias! ¡Gracias por salvarle la vida a mi hija!

Hugo pensó que debía aclarar que no era ésa la realidad, pero observó el rostro de la princesa y la vio sonriente, feliz. ¿De veras ella había querido aquello? ¿Le gustaba él por algún motivo? No se le ocurría otra causa para que ella hubiese mentido de aquella forma a su propio padre, el rey.

Por si no estaba lo bastante sorprendido, ella se acercó a él y le tomó las manos.

-         Joven caballero. Gracias por salvarme. Por favor, permitid que mi padre os lo agradezca. Sabemos de vuestra importante labor en el reino, pero os agradeceríamos que nos acompañarais en el banquete que vamos a ofrecer en vuestro honor.

Los asistentes al acto quedaron impresionados, pero jamás pondrían objeción a lo establecido por su Majestad.

Y así, comenzó una amistad que terminó en boda. Tanto monta, monta tanto. Hugo y Olga, Olga y Hugo. El hombre del saco convertido en príncipe del reino y posible monarca en un futuro. 

Si hoy en día se sigue amenazando a los niños con el hombre del saco, es porque la prole de esta pareja fue fructífera. No todos serían guapos como su madre, algunos serían, “varoniles” como su padre. Pero qué más da. Lo importante es que el aspecto de una persona es un exterior que puede cambiar… pero el interior, la esencia, permanece. Y es lo que de veras importa.

Si amas un físico, te puedo salir mal. Si amas un alma, una personalidad… funcionará.



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