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Yo te cuento

martes, 7 de julio de 2015

Tres baules


Antonio fue el primero de los invitados en llegar, seguido de Julia y Jorge. Luisa ya estaba en casa.  Los acontecimientos se estaban desarrollando tal y como Luisa imaginaba cuando sus abuelos le hicieron aquella inesperada invitación a pasar el fin de semana con ellos, extendiéndola a sus amigos.

La casa campestre donde vivían sus abuelos era enorme. Se parecía un poco a esas mansiones embrujadas que se ven en las películas de terror, al menos en apariencia. Pero después, el interior era otra cosa. Era cálido. Era el antiguo hogar de sus padres. La joven lo estaba pasando mal. Sus padres se habían separado y ella no lo había aceptado del todo. ¿Tan inmersa estaba en su mundo que no vio la crisis? O quizás ellos consiguieron ocultarlo bien. Lo cierto era que sus notas habían caído en picado y ella se sentía ajena a todo.

            José y Juana eran sus abuelos maternos. Llevaban siglos viviendo en esa casona que se caía a pedazos. Multitud de veces habían intentado convencerlos para que abandonasen esa inmensa mole de paredes viejas y maderas carcomidas, pero ellos insistían en que aquella mole era su hogar y guardaba además secretos importantes que debían custodiar. Lo cierto, era que Luisa tenía que reconocer que aquella casa siempre le había gustado para esconderse del mundo.  

            Por ello, cuando sus abuelos la invitaron, decidió ir.  Y allí estaba, junto a sus amigos, Antonio,  Jorge y Julia. Sus abuelos habían preparado dos habitaciones contiguas, que antaño pertenecieron a su madre y su tío, para que chicas y chicos se acomodaran.

-          - Gracias de nuevo por la invitación, abuela. Necesitaba un finde tranquilo.
-          ¿Cómo de tranquilo? No os hemos invitado por gusto, vamos a aprovecharnos de vosotros y a utilizaros como mano de obra barata a cambio de una buena comida casera. Ya sabes cariño, hay que ser prácticos en esta vida. – le respondió ella bromista.

Los cuatro rieron de la ocurrencia de la señora.  

-          ¡Venga chicos!- Esta vez era su abuelo quien los llamaba- ¡Vamos adentro! Os enseñaré vuestras habitaciones y podréis soltar vuestras cosas. Luego os esperó aquí abajo. Tengo que tratar un asunto importante con vosotros. 
 

La parte de arriba era igual de caótica que la de abajo, con la salvedad de que la madera parecía estar aún en peor estado.

La habitación de los chicos se veía limpia y ordenada. Era muy sencilla, un par de camas, una mesa de escritorio, un gran ropero empotrado en la pared… y un baúl. Enorme. De color negro, grande y macizo, que dominaba la estancia.

Las chicas por su parte encontraron en su dormitorio un enorme jarrón con flores frescas sobre una mesita redonda, junto a un gran ventanal. También había dos camas, un gran ropero empotrado en la pared… y otro baúl. Éste era más pequeño que el de los chicos, de color blanco, muy bonito, decorado con flores y viejas fotografías.

A las ocho de la tarde bajaron todos a cenar aquel viernes. Juana, la abuela, había preparado una cena digna del mejor comensal y todos cenaron con avidez y gusto. La conversación fluyó sola. Al terminar de cenar recogieron entre todos y decidieron sentarse un rato en el porche exterior que tenía la casa y que daba a un gran campo de naranjos.

            -En fin, chicos, me gustaría que me hablaréis sobre vuestro futuro. Tengo entendido que este año el curso escolar no ha sido precisamente el mejor para alguno de vosotros – dijo el abuelo mirando de forma directa a su nieta.
-          Bueno abuelo, sabes que no ha sido un año fácil.
-          Eso son excusas cariño. Tu abuela y yo sí que lo pasamos mal en nuestros años jóvenes. Nos conocimos en extrañas circunstancias y nuestra vida fue intensa. Pero salimos adelante.
-          Con todos mis respetos señor, ahora van a contarnos que pasaron hambre y miseria durante la guerra y la posguerra… que la vida era difícil y todo eso – comentó Antonio.
-          Hijo no bromees con esas cosas. Ahora habláis de crisis económica, habláis de que estáis ¿agobiados? Los estudios, el paro… todo eso es cierto, pero…os propongo algo divertido para que este fin de semana demostréis a estos ancianos de que pasta estáis hechos.

Los cuatro amigos se miraron entre ellos divertidos.

-          Por favor, no nos diga que tenemos que plantar  algo. – dijo Julia con cara de pocos amigos. Era la única que había tenido sus remilgos a ir ese fin de semana al campo. Su idea era pasar todo el verano tumbada en una hamaca, pero Luisa la había convencido.
-          Verás pequeña- la interpeló el abuelo- ¿has visto un baúl en tu habitación?
-          Sí claro. Me llamó la atención por sus fotografías. Son preciosas y muy antiguas ¿verdad?
-          Así es.- Esta vez fue la abuela la que continúo.- Verás querida… esas fotos son de nuestra juventud. También hay algunas de nuestros hijos… en fin, un poco de todo. Ese baúl está cerrado con llave. Esa llave tendréis que ganarla. Si conseguís ganaros la llave podréis abrir el baúl y ver su contenido. Os aseguro que no os va a defraudar.
-          Chicos, en vuestro dormitorio ocurre igual- continuó el abuelo.- También hay un baúl, mucho más grande. Su contenido es secreto. También tenéis que ganaros la llave. Si conseguís abrir ambos baúles os daremos la clave para que encontréis el tercer baúl. Es el más importante de todos.
-          ¡Qué interesante! Siempre me gustaron vuestros juegos. ¡Chicos! ¿Aceptamos?- les preguntó Luisa emocionada
-          ¿Por qué no?- contestó Jorge-  No tenemos nada mejor que hacer, me tienen intrigados tus abuelos.-
-          De acuerdo – dijeron casi al unísono los demás.
-          ¿Cómo podemos ganarnos la llave?
-          Bien.- Ahora habló Juana.- En vuestra habitación hay un secreto oculto e interesante. Tendréis que descubrir de qué se trata y eso os llevará a la llave. Ya os he dejado un sobre con  indicaciones. Tenéis hasta mañana por la noche para encontrar la llave. En cuanto a vosotras, también tenéis un sobre con indicaciones en vuestra habitación, y además, un secreto… que tendréis que descubrir y descifrar. Sólo puedo deciros eso.
-          ¡Ah!- dijo el abuelo- si llegado el domingo por la tarde, a la hora de marcharos, no habéis encontrado el tercer baúl, ya no podréis encontrarlo. Buenas noches. – se despidió guiñándoles un ojo.

Los jóvenes subieron las escaleras impacientes. Todos querían ver sus sobres. ¡Qué emoción! Luisa estaba como loca. Realmente sus abuelos eran geniales. Antonio entró el primero en su habitación seguido de Jorge. Efectivamente había un gran sobre encima de la cama. Dentro una especie de enigma.

A veces hay un camino donde no lo ves. No es el más sencillo pero te llevará a lugar seguro. Aprecia el valor de lo feo y hallarás lo bello”

En el de ellas, Julia leía su sobre.

“Siempre hay una salida aunque no sea la tradicional. Todo hay que trabajarlo y lo más importante a trabajar es la amistad”.

-          No entiendo nada Luisa.-
-          Ni yo. Registremos la habitación a ver si encontramos la llave.

Los cuatro jóvenes estuvieron hasta muy avanzada la noche buscando algo, ¿pero qué? Ninguno de ellos obtuvo resultados. Acabaron exhaustos y rendidos. Se despertaron temprano con la ilusión de seguir buscando, incluida Julia. A las nueve decidieron bajar a desayunar. La abuela les había preparado un delicioso bizcocho.

- Buenos días chicos. ¿Qué tal la búsqueda?
- Ruinosa -  declaró Antonio.
- Bueno… tal vez no habéis interpretado bien el enigma. O tal vez deberíais concentraros más.

Al terminar el desayuno, subieron de nuevo. Jorge empezó a hacer la cama. Al menos dejarían todo recogido antes de abandonar ese estúpido juego que no les llevaba a nada. Deshizo las maletas, ya que la noche anterior no se entretuvieron a ello. Pero al colocar la ropa en sus perchas tropezó con una especie de madera sobresaliente del borde del armario. ¡Clack! Un crujido extraño sonó. Antonio lo miró sorprendido y ambos volvieron a sacar la ropa del armario y observaron incrédulos como en el fondo del mismo había una puerta. ¡Había una abertura y una especie de pasadizo! Emocionados decidieron llamar a las chicas y buscar una linterna.

-¡Chicas!- Tenéis que ver esto, ¡corred!

Ambas entraron atropelladamente y quedaron maravilladas. Con cautela, los cuatro entraron en el pasadizo terminando en una especie de habitáculo pequeño lleno de juguetes antiguos. Olía a moho y no había mucha luz. Sin embargo, al enfocar la luz de la linterna comprobaron con placer que había una llave colgada del dintel de la entrada.

Prácticamente temblando entraron en el dormitorio y abrieron el baúl. Sorprendidos vieron que estaba lleno de uniformes antiguos, ropa de soldado. Doblada y colocada cuidadosamente con bolitas de alcanfor para mantener lejos a las polillas. También había algo más, un uniforme de enfermera o lo que quedaba de él. Y una especie de pergamino.

Enhorabuena chicos. Habéis encontrado nuestra antigua forma de vida. Seguid buscando y descubriréis un tesoro.

-          ¡Hey! - Llamó Luisa que había vuelto a entrar en el armario- ¡Aquí hay algo más! Hay otra puerta… ayudadme a empujar, está atascada.

Juntos empujaron, y sorprendidos, se toparon con lo que parecía ropa femenina. Concretamente el bonito vestido de flores de Luisa. Sorprendidos avanzaron y descubrieron que esa segunda abertura daba ¡al ropero de las chicas! Uno tras otro, entraron en el dormitorio de ellas. Inspeccionaron el pasadizo, pero no consiguieron encontrar más puertas ocultas. De pronto,  Luisa tuvo una inspiración.

-¿Recordáis la nota? Siempre hay una salida aunque no sea la tradicional… Mientras hablaba con sus amigos se fue acercando a la ventana para abrirla de par en par. ¡Chicos! ¡Venid!

            Nerviosos observaron una escalera oculta entre las enredaderas de la pared.  

-          Ayudadme, yo peso menos- comentó Julia.

Entre todos la ayudaron para que pudiese deslizarse por la escalera.  En uno de esos travesaños había un clavo con la otra llave. Inmediatamente subieron a abrir el otro baúl.

En éste baúl había muchas fotos de niños. Luisa tomó una de ellas en sus manos y no pudo evitar derramar unas lágrimas. En esas fotos se veían pequeños sucios, con las ropas rotas, mal alimentados… y sin embargo, sonreían. Se les veían felices. ¿Qué significaba todo aquello?

Los cuatro bajaron inmediatamente a buscar a los abuelos. Allí estaban sentados tranquilamente en unas viejas mecedoras en el porche. Entre ellos una mesita con refrescos. No hacían nada en particular, como si ya lo tuviesen todo hecho. Simplemente disfrutaban de la compañía uno del otro y de aquél maravilloso día. Al ver a los chicos acalorados y exhaustos sonrieron. Ambos comprendieron que habían encontrado las dos primeras llaves.

-          Bien, bien. Creo que estos chavales han podido abrir los baúles Juana.
-          Así es José. Se les ve en la cara. ¿Y bien chicos?
-          No entendemos mucho, abuela. ¿De quién son esos uniformes? ¿Y ese pasadizo?
-          ¿Y lo del ropero?- preguntó a su vez Julia. ¿Y la escalera?
-          ¿Y esos niños?- preguntó Antonio
-          Tranquilos. Habéis mirado el interior de los baúles, pero no los habéis visto o conoceríais esas respuestas. Volved arriba y pensad en que sólo juntos podréis encontrar el tercer baúl. Quizás el más importante de todos.

Intrigados, volvieron a subir y volvieron a mirar el contenido de los baúles. Se sentían como niños en un juego importante.

-          Creo que el secreto está en las fotografías. – comentó Jorge
-          Tal vez, pero, ¿Qué buscamos?
-          ¡Dios mío!- exclamó Luisa- su mano temblaba con la fotografía de una pequeña en la mano. El estado de la niña era al igual que los demás de desesperación. Pero había algo familiar en su rostro. Aquella chiquilla era prácticamente igual a ella. ¡Era su madre de pequeña! ¡Estaba prácticamente segura! - ¡Es mi madre! Siguió mirando fotos y comprobó que algunas estaban hechas en aquel pequeño habitáculo, así que subieron a inspeccionar.

La abuela les subió aquel mediodía bocadillos porque estaban tan absortos que no querían bajar a comer. Miraron y remiraron los uniformes y las fotografías. Cansados decidieron parar a tomar una ducha y bajar a cenar algo. Al sentarse en la cocina a cenar, Luisa vio algo que le llamó la atención. Sobre la repisa de la chimenea había una pequeña caja. Más bien, un pequeño baúl.

            Se levantó y se acercó al mismo.

- Creo que acabo de encontrar el tercer baúl…
-Y yo sé cuál es la llave.- dijo Jorge mirando a la abuela que tenía en su cuello una cadena con la medalla de la Virgen y una pequeña llave.

La abuela sonrió ante la expectación de los jóvenes.

-Estoy orgullosa de vosotros. Efectivamente, habéis llegado hasta el final.

 La abuela descolgó de su cuello la llave y se la entregó a Luisa.

-Querida, creo que tú vas a entender mejor que nadie el contenido de este baúl. Perdóname por utilizar a tus amigos. Necesitabas ayuda. Espero que hayas comprobado en este proceso que tienes amigos dispuestos a acompañarte hasta aquí y seguirnos el juego. Dentro de este baúl está el legado de tu abuelo y mío. Te regalamos tu historia.

Nerviosa, Luisa giró la llave con precaución y alzó la tapa con cuidado. Sus ojos se humedecieron de inmediato al ver una foto de ella misma cuando era pequeña. Empezó a sacar el contenido y sacó varios documentos. Una especie de contrato, varias fotografías, una medalla que parecía del ejército, una flor seca…

Todos se sentaron en torno a la mesa, y los abuelos, alternándose comenzaron a contarles su historia. La historia de dos seres desesperados, que en plena guerra civil, se vieron inmersos en algo de paz dentro de tanta locura.

 La casa que habitaban era de un terrateniente para quien Juana trabajaba de joven. Cuando la guerra estalló, esta casa se vio convertida en una especie de hospital, de ahí aquel uniforme de enfermera. José llegó herido en una de las incursiones. Se enamoró de Juana casi al instante. Junto a la casa había una pequeña aldea donde infinidad de niños pasaban hambre y necesidad. Todos aquellos que tenían edad para ello podían ser reclutados.

Casi de forma accidental comenzaron a construir en la casa una especie de pasadizo. El hijo del dueño de la casa tenía dieciséis años y la urgencia se hizo mayor. Empezaron a cuidar los niños de la aldea y terminaron cuidando a todos los chiquillos que se encontraban solos y abandonados. Pasaron necesidades y vicisitudes, pero le salvaron la vida a muchos de ellos. La medalla que se encontraba en el baúl había sido mandada hacer por uno de esos niños al hacerse mayor, en reconocimiento a la labor que ambos habían realizado. Este niño era en realidad niña. La madre de Luisa, una de las tantas niñas que habían recogido y ayudado durante el proceso.
           
Al finalizar la guerra las cosas no fueron fáciles. Algunos de estos niños fueron recogidos por familiares, otros no tuvieron la misma suerte. El propietario de la casa era ya muy mayor, y legó la casa al matrimonio formado por José y Juana.  Así que… donde menos lo esperas hay una salida aunque no sea la tradicional. Se quedaron en la casa a cuidar del anciano y de los chicos que no tenían a nadie. Entre ellos la madre de Luisa.

A los ojos del mundo eran sus hijos. El valor de la amistad y la solidaridad fue necesario y los unió aún más. Juntos formaron la familia más hermosa, la de unos supervivientes sin igual, forjados por el destino.


Luisa fue consciente de que sus abuelos no lo eran genéticamente, pero no le importó.  Aceptó el regalo tal y como se lo habían dado, con gratitud. Acababan de darle una lección importante. Había tenido mucha suerte al nacer en el seno de aquella familia, en esa época,  y ese lugar. Recordó las fotografías de aquellos niños e imaginó por todo lo que habían pasado sus abuelos. Sus problemas no le parecieron tan graves. 

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