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Yo te cuento

miércoles, 17 de junio de 2015

Rosas blancas

Retazos de vida color violeta...

Rosas blancas

Noche del 31 de Octubre

El viento soplaba con fuerza. Sonia notaba su cuerpo entumecido a causa del frío. ¿Dónde estaba? La angustia empezaba a dominarla. Si tan solo pudiese recordar cómo había llegado a aquel agujero…

Tres días antes… (Veintiocho de octubre)

De nuevo  el sonido martilleante del teléfono. Aquel maldito aparato tenía que ser obra del demonio, porque de lo contrario, no era explicable tanto fastidio. No dejaba de sonar una y otra vez, insistente, pero esta vez, no respondería. Estaba cansada de aquel acoso. Veintisiete llamadas seguidas. Sus nervios estaban a flor de piel y en la comisaría de policía no dejaban de repetirle que no había sufrido daño físico. Que investigarían, pero que llevaba su tiempo. Que cambiase el número…

Como si fuese tan fácil o no lo hubiese intentado ya. Pero lo peor de todo era aquél sonido que entraba en su mente y en su corazón. Si se atrevía a descolgar el teléfono, siempre se escuchaba lo mismo al otro lado de la línea. Música clásica. Ni una sola palabra, solo música clásica.

Pero no era lo único repetitivo en esa tensa situación. Desde hacía ya casi un mes, cada día, una rosa blanca aparecía en su puerta completando el extraño triángulo. Música clásica, una rosa blanca… y la más pura desesperación.

Su única compañía era Inés. Compartían casa desde hacía tres años, fecha en la que Sonia había roto con su novio, Javier.  Desde entonces, Inés se mostraba solícita y la acompañaba cada día, pues se sentía observada, insegura.

Quizás, si colocaba una cámara oculta podría grabar a aquella persona que cada día le dejaba la rosa. Un inicio. Algo tangible. Que fuese o no legal en estos momentos, le era indiferente.

Aquél día, mientras abría la puerta y observaba con recelo la correspondiente rosa, comprobaba asombrada un nuevo elemento en la ecuación. Una nota. Con dedos temblorosos la tomó en sus manos. En ella, con letra clara y marcada, podía leerse un mensaje directo. “Sólo quedan tres días para el reencuentro”


¿Reencuentro? ¿Aquello significaba que conocía a la persona que le estaba haciendo aquello? No había más que pensar, aquella noche colocaría la cámara. Se levantaría en mitad de la noche si era necesario. Y le cogería.

Veintinueve de octubre…

Sonia se despertó con la esperanza de que la cámara hubiese grabado algo. Una prueba que poder llevar a la policía. Con cautela, salió a la entrada de la casa y empezó a quitar hojas secas a las plantas. Tras unos minutos, tomó una de las macetas de  geranios y la introdujo en casa. Las cortinas aún estaban echadas, no podían verla desde el exterior. Con respeto, extrajo la cámara oculta con un ligero temblor en sus manos. Después, empezó a visualizar lo grabado.

¡No podía ser! En la imagen se veía como la rosa flotaba hasta llegar a la puerta, sin que nadie la sostuviese. Como en un truco de magia o en una broma de mal gusto. Nadie aparecía en aquella grabación.

Notó como empezaba a marearse. Tenía que estar perdiendo la cordura, o tal vez… la habían descubierto y habían utilizado algún truco. Sentía todo el cuerpo en tensión, pero también sabía que no podía rendirse. Volvería a colocar la cámara de nuevo en un sitio mejor.

De pronto sonó el timbre. En un puro ataque de pánico se le cayó la cámara al suelo quedando hecha trizas en el suelo.

Temblando como una hoja se acercó a la puerta y al mirar por la mirilla no vio a nadie. Una especie de sudor frio le cubrió el cuerpo. El teléfono comenzó a sonar. Abrió la puerta con rapidez, tal vez podría ver a alguien, más no fue así. Lo único que pudo ver era una nueva nota sobre la alfombra. La tomó mirando a ambos lados de la calle sin ningún resultado y entró en casa. Como una autómata, se acercó al teléfono y descolgó el mismo. Hoy Mozart reemplazó a Vivaldi.

Se dejó caer, sentándose en el suelo y desplegó la nota.  “Sólo quedan dos días para el reencuentro”

            Treinta de octubre…

El día anterior había sido una pesadilla. Incluso le llamaron la atención en su trabajo, su concentración era nula. No podía seguir así. Debía acudir de nuevo a Jefatura, llevar las notas, pedir una escolta para Inés y para ella.

Pensó en pedir a su amiga que abriese ella la puerta, pero si alguien la vigilaba, no quería demostrar su miedo. Así que abrió la puerta comprobando asombrada y encantada que ¡NO HABÍA ROSA! ¡Oh, Señor! ¡NO HABÍA NOTA!

Entró en la casa rápidamente. Corriendo. Nerviosa. Acelerada. Buscando a Inés…

Entró en la cocina… y allí estaban, Inés, la rosa y la nota. Su amiga las había tomado con intención de ocultarlas, pero no había sido lo suficientemente rápida.

-Déjame ver la nota.
-¿Para qué Sonia? ¿Qué más da lo que diga?
-Por favor Inés. Quiero ver la nota

Inés obedeció y se la entregó. “Sólo queda un día para el reencuentro”. Sonia miró hacia el teléfono. Su compañera de piso lo había desconectado.

- Siento curiosidad, ¿Qué música sonaba hoy?
- Tchaikovski- respondió Inés con precaución.
- Rosas Inés. Como aquél día. Y música clásica.
- No digas bobadas Sonia. Tienes que descansar. Algún loco intenta gastarte una broma.
- Tienes razón. Ya no sé ni lo que digo. Vamos a la Comisaría. No entiendo nada, pero al parecer tengo una cita con un loco mañana y voy a intentar evitarlo si está en mi mano.

Ambas amigas pasaron la mañana en Comisaría. Un inspector se reunió con ellas y les explicó que no habían sufrido ningún daño, no habían visto a nadie, solo había música clásica y rosas… podrían ser de un admirador secreto, un bromista, incluso el antiguo novio de la muchacha, Javier. No podían hacer nada con aquellos datos.

La mañana del treinta y uno de octubre…

Sonia no durmió la noche anterior. Se incorporó y se dirigió a la puerta. Hoy la rosa era roja. Corrección. Había una rosa blanca manchada con sangre. Sintió que se le erizaba la piel. En el exterior, irónicamente, algunos de sus vecinos empezaban a decorar sus casas para la noche de todos los muertos.

Decidió tomar la flor manchada y la nota que se apreciaba bajo ella antes de que algún niño lo hiciese. “Por fin ha llegado el día. Hoy será el reencuentro. Estoy impaciente”

Ya iba a entrar en casa cuando recordó que Inés le mencionó que había instalado una nueva cámara. Un modelo nuevo que era poco mayor que un botón y que había colocado entre las plantas. Se agachó a mirar entre ellos sin molestarse siquiera en disimular. Allí estaba. Con el botón encendido, había grabado toda la noche. Entró en casa y encendió el ordenador a fin de visualizar lo grabado. Y se quedó sin respiración.

Esta vez sí se veía una figura que se acercaba envuelta en una capa oscura a la entrada de su casa. Su rostro cubierto por el gorro de la capa sólo dejaba ver una blanca piel. Una pequeña mano enguantada colocaba un papel y una flor encima. La flor estaba en una bolsa de plástico porque estaba manchada de sangre y goteaba.

Cuando pensaba que no iba a ver la cara del individuo, éste se giró hacia la cámara y muy despacio se bajó la capucha. Sonrió al objetivo y envió un beso. Reconocía aquel rostro a pesar de su palidez y sus marcadas ojeras. Era Marta. Su amiga Marta, fallecida tres años atrás justo en un día como ése. Notó una opresión en el pecho y de nuevo ese sudor frío justo antes de caer desmayada en el suelo.

(Tres años antes)
-Vamos Sonia, no corras tanto. Hemos bebido mucho y Javier no se marchará sin ti. Te ha enviado un ramo gigantesco de rosas blancas, algo debes importarle, digo yo.
Sonia reía mientras Marta se aferraba como una frenética al asiento del coche. Aquel deportivo era bestial. Cuántas veces había soñado con hacer que la inquebrantable Marta perdiese el control.  Un nuevo pisotón al acelerador. Una nueva curva. Adrenalina a tope. El Cd que llevaban era un mix de música clásica interpretada por la propia Marta. En ése momento, la pieza llegaba a su punto álgido y Sonia aceleró un poco más.
-Por favor Sonia. Para el coche. Quiero bajarme. Me estoy mareando.
-¡Venga ya Marta! No seas quejica. ¡Diviértete!
Pero antes de que Marta pudiese replicar nada,  en el camino, aparecieron las luces de un coche. Sonia gritó e intentó esquivarla. Todo pasó a cámara lenta. Las luces cegadoras. El pánico. La certeza de que iban a chocar. Terror. Los gritos de Marta, los pétalos de las rosas… y de pronto… nada. Oscuridad.
Sonia quedó gravemente herida. Marta murió en el acto.

Ella quedó destrozada. Jamás pudo perdonarse a sí misma. No volvió a ser la que era, hasta el punto de que llegó a romper con su novio, Javier. Rompió prácticamente con la vida. Sólo le quedaba Inés. Su fiel amiga Inés.  

Poco a poco Sonia fue recobrando la consciencia. Se encontraba… en un agujero. No sabía dónde, aunque parecía el viejo pozo de las afueras. Notaba el frío. Estaba de pie, y su cuerpo estaba cubierto hasta las caderas. Había mucha humedad y frío.  La noche ya había llegado. Y ella no estaba sola.

-          Marta…
-          Por fin te despiertas.- Su voz sonaba rara, rota.
-          Estás muerta.
-          ¿De veras? Sí. Tú me mataste ¿recuerdas?
-          Fue un accidente Marta.- ¿De veras estaba ocurriendo aquello? ¿Estaba hablando con una persona muerta?
-          ¿Sabes Sonia? Siempre fuiste una persona con suerte. Primero tus notas en el Instituto. Luego en la Universidad.  Tu belleza. Tu inteligencia, y sobre todo, Javier. ¿Sabes que yo adoraba a Javier? Estaba locamente enamorada de él. Le amaba. Pero él solo tenía ojos para ti. Para la dulce Sonia.
-          No hay un solo día en que no pague ese precio. Es verdad que perdiste la vida por mi culpa, pero fue un accidente. Esto no puede estar pasando.
-          ¿Ya no recuerdas como coqueteabas con Javier? Tú y tu carita de niña buena. Entrabas en una habitación y el mundo se detenía. Y aquella noche en la playa, cuando decidiste dormir en la arena. ¿Crees que no sé lo que hacías con él bajo aquella tienda de campaña improvisada? ¿Tan estúpida me crees?
-          ¿En la playa? ¿Por la noche? Un momento. Aquella noche… tú no estabas con nosotros. Nos acompañó Inés.  ¡INÉS!

Marta empezó a reír a carcajadas. Con regocijo empezó a quitarse lo que parecía su cabello y resultó ser una peluca. Y después, una máscara de goma. Marta se fue transformando en Inés.

-          Siempre lo tuviste todo. Aquella noche no tenía que haber muerto Marta. Me encargué de embestir contra tu lado del coche. Pero tu maldita suerte te acompañó y sólo resultaste herida, aunque inconsciente. Marta no tuvo la misma suerte. Estaba viva y consciente. Me vio. Tuve que terminar con ella. Los golpes en el coche y el alcohol que había ingerido hizo que nadie sospechase de que aquel golpe en la cabeza no era de un árbol. Incluso conseguí que tu historia con Javier se acabase. Pero él sólo pensaba en ti. Sólo hablaba de ti…Mientras tú estés viva, no tendré ninguna oportunidad.
-          ¡Dios mío Inés! ¡Me estás enterrando viva!
-          Te estoy ayudando a morir. Todos pensaran que te has vuelto loca. Que estás neurótica. Que ya no has podido más. Voy a meter en tu cuerpo tal cantidad de pastillas y alcohol que no habrá dudas. Me encargué de dejar otra “cámara” en el salón donde se te oye claramente como veías en la cinta a una amiga muerta años atrás. Incluso he contratado a un joven, para que declare que él te enviaba las rosas y las notas y que era un antiguo amor tuyo. Lo del teléfono no lo entiendo. No tengo ni idea de quién es el loco que te ha puesto música clásica a diario, pero me ha venido bien. Todos pensarán que has perdido la cabeza y que presa del alcohol y los medicamentos te has internado en el lugar donde ocurrió el accidente de Marta y has caído accidentalmente en este agujero de un viejo pozo.

Sonia notó como empezaba a perder el control. Iba a morir en aquel maldito lugar. No tenía fuerzas ni ganas de luchar. Las revelaciones de Inés empezaron a germinar en su mente. ¡Ella no había matado a Marta!  Había enfermado por la culpabilidad. Recordaba la cara de la familia de Marta en el funeral. Había roto con su propia familia. Había roto con Javier. Y todo porque una loca se empeñaba en… ¿quitarle a su novio? ¿Quitarle SU PROPIA VIDA?

Tenía el cuerpo atrancado en aquel maldito agujero y las piernas entumecidas del frío, pero ahora, quería luchar y salir de allí. Pero, ¿cómo? Apenas podía moverse.

Entonces lo notó. Junto a su cintura había algo que le pinchaba. Algo que se le estaba clavando. No sabía qué, pero notaba su filo cortante. Como pudo fue girando un poco el tronco para tocar aquel objeto cortante. Había niebla. Tal vez Inés no se fijara en aquel movimiento casi imperceptible. Había cometido el error de dejarle las manos casi libres para que no detectasen ataduras. La había sujetado con una especie de tela  que había cedido con el forcejeo. Un trozo de madera vieja con tornillos clavados sobresalía por una parte del agujero. Tal vez formaba parte del viejo armazón. Qué más daba. Lo agarró como pudo. No tenía demasiada sujeción pero cada vez lo cogía con más fuerza. Mientras Inés se le acercaba para hacerla tragar algo. Tenía que acercarse mucho…  No lo pensó. Cogió la madera como pudo y le dio a Inés golpeándola lo más fuerte posible en un costado. Sorprendida cayó de espaldas.

-¡Sabes que vas a morir!

Sonia vio su final. Se vio morir allí mismo. Pero justo en el último instante vio que algo golpeaba a Inés. La golpeaba fuerte. ¿Qué era? ¿Una rama? ¿Una rama de un árbol? ¿El miedo le estaba provocando visiones?

El cuerpo de Inés cayó inerte al suelo. Tras ella, y al lado del árbol, se veía un ramo de rosas blancas. Su fragancia lo llenaba todo. De pronto Sonia notó que alguien la liberaba y la sacaba del agujero. Unas manos heladas tiraron de ella liberándola. Sorprendida observó cómo alguien le entregaba las rosas.  Las tomó y se abrazó a ellas llorando. No podía dar crédito a lo que veía y escuchaba. A su lado, sonriendo, hermosa y grácil como el viento se encontraba su salvadora. MARTA. De fondo… se escuchaba música. Música clásica.


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