Páginas

Yo te cuento

martes, 30 de junio de 2015

Cenicienta


¿Quién no ha oído hablar de la dulce y encantadora Cenicienta?  Lo que muy pocos conocen, es que la historia que se cuenta por ahí no es del todo cierta. Por supuesto que la gran mayoría estaba basada en la historia real, pero se omitieron algunos detalles y se añadieron otros. De este modo, las niñas del mundo soñarían con su príncipe azul, y los niños, con ser los maravillosos héroes del mundo, rescatadores de jóvenes bellas, encantadoras y sumisas.

            Niñas y niños del mundo, no quiero estropearos la fiesta ni la ilusión, pero en pos a la verdad, pienso que deberíais conocer toda la historia…

            Cenicienta nació en el seno de una familia feliz. Vivía en un castillo fantástico con sus padres, piscina climatizada y elevadores automáticos. No les faltaba de nada, ya que su padre trabajaba en palacio como consejero real,  con un buen sueldo y pago extra de dietas, que les permitía vivir de forma holgada.

            Pero en todo cuento pasa algo, y éste no iba a ser una excepción.  Un día la desgracia llegó a sus vidas. La madre de Cenicienta fue atropellada por una jauría de cerdos salvajes al salir una tarde de su castillo. El porquero declaró a los medios que iba con prisas, necesitaba llegar pronto al “Caldero Mágico” un reconocido ciber café
, donde a través de cierta página de contactos estaba conociendo al amor de su vida. Este buen señor apresurado, se había enamorado de una tal Floriana, viuda joven y bella, que tonteaba con él gustosa, pues entendió “portero” en lugar de “porquero”. Pero ésa…es otra historia.

Tras la muerte de la madre de Cenicienta, la familia quedó rota y la pobre niña estaba triste y abatida. Su padre, decidió recibir por una vez los consejos en lugar de darlos, y empezó a pensar en volverse a casar. No es bueno que una hija esté sola sin el cariño de una mujer, las familias mono parentales lo tienen muy complicado. Después de todo, la niña pasaba mucho tiempo sin nadie con quien hablar, salvo quizás su doncella, su cocinera, su cuidador de caballos, su ama de llaves, el asistente personal de su padre… en fin. ¡Estaba tremendamente sola! Así que su padre decidió que volverse a casar podía ser una buena idea.

            En estas lides es cuando nuestra encantadora y querida Floriana, alentada por las alas del amor y el deseo hacia su “portero”, llega una soleada tarde de verano a nuestra aldea “Villa en ninguna parte”. Ella venía de “Villa en todos lados”. Ciertamente, le gustaba la tranquilidad que se respiraba, si bien no veía muchos salones de belleza por allí, imprescindible para mantener su joven piel bella y tersa.

            Floriana, embutida en un hermoso vestido veraniego (llevaba sus largas enaguas almidonadas de verano) se sentó en el ciber café, dispuesta a dar una sorpresa increíble a su amor. Sorprendida, observa por la ventana como una manada maloliente de cerdos atraviesa por las calles del pueblo como si nada. ¡Qué asco! Asombrada y asqueada ve como su amor corre tras los cerdos gritándoles algo. En verdad, los entrenamientos de la Edad Media no tienen nada que ver con los de ahora, en un hermoso campo de césped, pero… ¡Oh, por favor! Con horror Floriana se da cuenta de su enorme error. ¡Porquero! ¡No portero! ¡Y ella que pensaba que el humilde ropaje que llevaba este señor cuando se veían a través de la Webcam era el uniforme! Debía huir de allí antes de ser vista.

            En su atropellada salida tropezó con un caballero. Alto, guapo, fuerte por los músculos que se adivinaban bajo sus ropajes al sujetarla. Ambos se quedaron mirándose embelesados. Ciertamente después de todo iba a ser su día de suerte.

-Oh,- suspiró ella con un movimiento de pestañas que prácticamente deja caer las servilletas de papel del mostrador.- Gracias gentil señor por su ayuda.
-Faltaría más joven señora -  Él estaba atribulado con aquella belleza. Qué mujer más encantadora y divina. – Por favor, ¿me haría el honor de tomar algo conmigo?
- No sé si debería… pero bueno, creo que se lo debo después de todo. Aunque… si no le importa, me gustaría dejar este sitio. ¿Hay algún otro lugar en la aldea donde podamos hablar?

            Por desgracia ese  otro lugar terminó siendo el castillo. El padre de Cenicienta llevó a su invitada a probar los pastelitos que hacía su cocinera. Floriana quedó impresionada por el lujo que veía, los sirvientes, la piscina climatizada, el cuidador de los caballos… vamos que decidió “echarle” el guante a este señor que además era bien parecido. Todo un chollo. Sólo tenía un pequeño inconveniente. Tenía una hija. Ella ya tenía dos, y seguramente iban a tener más de un conflicto, pero bueno, de eso se ocuparía más adelante. Ahora lo interesante era cazar a aquel buen hombre que al enterarse de que ella tenía dos hijas, lejos de asustarse, se animó. El iluso pensaba que las hijas de Floriana iban a hacer compañía a Cenicienta y que todos serían muy felices. (En verdad, a este señor jamás deberían de haberle contado cuentos de hadas).

            La encantadora Cenicienta no mostró su desacuerdo cuando algunos meses después, su padre le comentó que iba a contraer nuevas nupcias por el bien de todos. Noticia que a todos alegró excepto a Julián, hijo del cuidador de caballos y amigo de Cenicienta, desconfiado por naturaleza, y cansado de ver como la futura nueva señora del castillo no paraba de mirarle el culo a su padre. Pero bueno, estas son otras cuestiones de las que hablaremos en otra ocasión.

            La boda tuvo lugar poco tiempo después. Se celebró con gran magnificencia, quedando invitadas todas las personas importantes del reino. En esta boda, por fin Cenicienta conoció a sus queridas hermanastras, Águeda y Juliana. Hasta ahora no había podido realizarse el feliz encuentro debido a que sus hermanastras habían estado estudiando en un prestigioso internado de otro reino. Y de esta forma y tras este hermoso día, por fin la familia de Cenicienta ya no era mono parental, es más, ¡ya podían solicitar los carnés de familia numerosa! ¡La de descuentos que iban a tener a la hora de tomar carruajes!

            Pero… las cosas  tomaron un giro inesperado. Pocos meses después de la boda, el padre de Cenicienta murió de forma trágica. Al parecer sufrió un ataque de corazón de tanto trabajar. (Las malas lenguas cuentan que en verdad sufrió un ataque de corazón, pero no de tanto trabajar, sino porque sorprendió a su bella esposa en actos impúdicos con el cuidador de caballos. En fin, las malas lenguas, ya se sabe).

            De nuevo familia mono parental. Cenicienta estaba desolada tras la muerte de su padre. Por si no fuese suficiente, Floriana y sus hijas habían contratado a masajistas, peluqueras, compraban en los centros comerciales más lujosos de palacio… Concluyendo, no les quedaba un euro. Por ello el castillo se aligeró de personal. Es decir, adiós a la servidumbre exceptuando al cuidador de caballos y a su hijo.

            Cenicienta que era muy apañada y le gustaba mirar en Internet cosas sobre moda y decoración, quedó nombrada por Floriana como nueva costurera, cocinera, lavandera, barrendera, y hasta peluquera tanto de ella como de sus hijas. ¡Todo un honor! ¡Qué feliz estaba Cenicienta de que confiasen en ella con tal gentileza! ¡Qué buena era su madrastra!

            Julián, que era un chico muy espabilado, observaba con pavor como Floriana había empezado a dejar de fijarse en su padre, y se concentraba más en él. Todo ello le provocaba bastante inquietud, ya que él estaba enamorado desde hacía años de la atolondrada Cenicienta. La joven era hacendosa, simpática y tenía un tipazo sin necesidad de seguir el ejemplo de las princesas del reino, que tenían entrenadores personales y tomaban zumo de papaya para adelgazar.

            Todo un dilema se formaba mientras que iba transcurriendo el día a día. Hasta que…una maravillosa mañana, ¡todo cambió! Armando, el hijo del rey que llevaba tiempo en las guerras, armando todo el lío posible, regresaba a casa. Tenía fama de ser un hombre de mundo, que la armaba en la guerra, también la armaba con las esposas de algunos de sus hombres, la armaba en multitud de tabernas… vamos, que le gustaba armarla.

            Pero lo importante en esta historia, era que el príncipe Armando estaba soltero. Solterón más bien. Con lo cual el rey decidió festejar el regreso de su maravilloso hijo celebrando una hermosa fiesta en la que todas las jóvenes casaderas debían acudir, y de esta forma su palacio se llenaría de niños gritones y caramelos pegados en los hermosos cortinajes. Se perpetuaría la especie y su hijo dejaría de “armarla” por ahí, así que estuviese bien anclado con una buena esposa y al menos diecisiete o dieciocho hijos  legítimos y algún que otro bastardo.

            A todos los reinos llegó la noticia de este gran baile. Por supuesto también al castillo de Cenicienta. Pero claro, cierto es en esta parte del cuento, que Cenicienta quería acudir al baile. Sus hermanas ya contaban con hermosos vestidos que ella les había hecho siguiendo los modelos de la revista “Patrón Medieval”. El día solo tiene veinticuatro horas, y a la querida jovencita no le había quedado tiempo para dar cera al parqué y coser un vestido más. Por ello, decidió ponerse un vestido de su madre, un bello vestido rosa que tal vez le podría servir con un buen cinturón y unas sandalias que una de sus hermanastras había desahuciado. Una hermosa flor en el pelo… un ligero toque de fresa en sus labios (truco conocido por todos en aquella época junto al de pellizcarse la cara tras la aplicación de los polvos de talco, usado para dar blancura a la piel, porque… a ver, las jóvenes de aquella época lo tenían complicado, no había protección solar y las pecas eran la última moda, pero había que taparlas para las fiestas con personajes reales. Truquitos de belleza)

            De esta guisa salió del castillo cuando se encontró con Julián que trabajaba con afán en las caballerizas. Al verla quedó pasmado con tanta belleza. Ella sería la sensación de la fiesta. Notó un dolor en el estómago, una sensación extraña. Y es que hay quien piensa que sólo las mujeres tienen derecho a sentir mariposas en el estómago, pero no es así. Y Julián tenía más bien un avispero en el suyo.

-Buenos noches Cenicienta.
- Hola Julián.
- Estás… estás guapísima.
- Gracias.- Un intenso rubor coloreó su rostro, y Julián la vio aún más bella.
- Ceni, por favor, no vayas a ese baile.  Te aburrirás mortalmente en ese castillo.  
- Voy a divertirme, a bailar, a tomar alguna copita de zumo de papaya, que me han dicho que está delicioso.  
- Cuando él te vea se fijará en ti.  Serás su nuevo juguete. Y una vez que te tenga, volverá a las andadas.  
- No digas más chorradas. Sólo voy a divertirme. Además, no creas todo lo que cuentan por ahí. Armando es guapísimo y muy valiente. Es todo un príncipe, como en las historias que me contaba mi abuela y después mi madre. Me dará estabilidad y no tendré que volver a fregar más suelos. Seré la envidia de todas las mujeres de la comarca y saldré en la revista “Como cazar un príncipe y adiestrar a su dragón”. Entiéndelo Julián, la vida no me ha tratado del todo bien y no puedo seguir mucho más con mi madrastra y mis hermanastras. Son crueles e interesadas. Y vivo en la Edad Media. Si me independizara, estaría mal visto.
- Yo no tengo mucho de lo que presumir, pero soy un hombre libre que puede sentarse a ver una puesta de sol. Recuérdalo.
- ¿Es una proposición?
- Podría serlo.
- Adiós Julián, gracias por preocuparte por mí, pero creo que puedo tomar mis propias decisiones.

            Uy, uy. Nuestra querida Cenicienta se fue nerviosa. Ella ya había apreciado lo buen chaval que era Julián, por no hablar de lo bien… proporcionado que se le veía para el trabajo. Era guapo y simpático. No se metía en líos y a menudo la había ayudado a ella con los suyos.  

            Y en estas cavilaciones iba, hasta que metió la pata donde no debía. Tropezó y se puso echa un asco, al fin y al cabo, en aquella época las calles no estaban adoquinadas. En este momento de llanto y desesperación, prácticamente en las puertas del palacio,  se sintió desfallecer. Una joven señora que venía en su carruaje vio la escena y se apiadó de aquella muchacha. Paró el carruaje y la invitó a subir.

- No puedo señora. Estoy toda manchada de tierra y barro.
- Cenicienta, ¿no me reconoces? Soy Karina. Era amiga de tus padres. Mi marido y tu padre trabajaban juntos en palacio.

Cenicienta observó los lacayos que llevaba. Cuánta majestuosidad. Y la recordó a ella riendo con su madre. Ella la llamaba su “hada madrina” porque le traía caramelos y vestidos que dejaban las hijas del rey.

Así que finalmente, subió al carruaje y la acompañó al interior de palacio. Karina le enseñó su colección de vestidos de fiesta. Era una diseñadora famosa, aunque trabajaba en el anonimato. En aquella época las mujeres no podían trabajar. Así que utilizaba un seudónimo, se llamaba a si misma Karina Secrets. Y comenzó la transformación. En un santiamén, Cenicienta era otra. Un hermoso vestido de color azul cielo se adhería a su piel. En su largo y rizado cabello, un hermoso tocado de jazmín y azahar. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y algunos mechones caían discretamente. Maquillaje de verdad. No fresas en la boca. Y como remate, unos hermosos zapatitos de cristal, espectaculares, reciclados de las lágrimas caídas de la gran lámpara del salón real.

            Su “hada madrina” la hizo subir de nuevo a aquel hermoso carruaje en color calabaza, lo adecuado era que hiciese una entrada apoteósica. Eso sí, a las doce debía salir del baile. No estaba bien que una jovencita estuviese hasta tan tarde por ahí. Así que le contó una trola sobre algo relacionado con que el castillo estaba encantado,  y a media noche, las jóvenes volvían a cobrar su apariencia normal, sin maquillaje ni florituras. La pobre Cenicienta se imaginó a si misma con los pelos mal sujetos, un sucio traje de trabajo y manchas en el delantal. No podía permitir semejante barbaridad ante todos, a las doce estaría en su propio castillo.
***
            Comenzó el baile. Nada más entrar Cenicienta, el mundo se detuvo. El príncipe boquiabierto, se acercó a ella como poseído por algún tipo de hechizo, y no paró de regalarle el oído e intentar meterle mano durante toda la noche. Le habló una y otra vez de la maravillosa vida que podría llevar en palacio. Jamás tendría que volver a trabajar. Cuidarían de ella multitud de sirvientes. No tendría ni que cuidar de sus propios hijos. Estaría cuidada por lo mejores estilistas del reino. Sería la mujer más envidiada por todas. Le prometió la luna.  A cambio sólo tendría que hacer una cosa. Estar bella y mantenerse dentro de palacio para que otros hombres no la vieran.  

            En esas guisas estábamos cuando el reloj empezó a marcar las doce. Cenicienta empezó a correr como una posesa perdiendo durante el trayecto uno de sus pequeños zapatitos de cristal. El príncipe al ver que no podía alcanzarla, recogió el objeto perdido para así, buscarla por doquier.   

            La muchacha llegó  a casa agotada y se tumbó en la fría tarima. Le dolía la cabeza de tanto escuchar la estridente voz del príncipe. No había parado de hablar en toda la noche. Ni tan siquiera recordaba haber podido decir algo ella.  Y después, recordó a Julián... su sentido del humor, la mirada de él cuando la había visto esa noche, sus palabras…  

***
            La muchacha recibió una reprimenda tal, que estuvo encerrada una semana, y luego pasó otra semana limpiando y recogiendo el estropicio causado durante su encierro. Al finalizar la jornada, se sentó para contemplar cómo se ponía el sol. Hermoso. De pronto, escuchó un carruaje. Venían de palacio. ¡Claro! Aquella misma mañana había escuchado en “Cotilleos FM” que el joven Armando iba de casa en casa probando un zapatito de cristal a todas las casaderas del lugar. Si se probaba aquel zapato y enseñaba el anterior, se darían cuenta de que era ella. Desde donde estaba, escuchó una vez más aquella chillona voz y decidió que tenía que ser rápida, muy rápida.

Con una sonrisa pícara en el rostro cubierto de polvo, metió los pies en agua caliente hasta que no pudo soportarlo y sus pies se inflamaron. Se inflamaron tanto que ¡no cabían en el zapato!  El príncipe no la reconoció sin el maquillaje ni la ropa hermosa. Quizás porque sólo había visto de ella su físico y sus ropajes. Ni siquiera reconoció su voz, ¿tal vez no la había escuchado aquella noche? ¿Tal vez solo habló él?...
***

            
Meses más tarde Cenicienta y Julián observaban juntos la puesta de sol. Llevaban varios meses saliendo. Estaban enamorados. Cenicienta trabajaba ahora de ayudante de Karina en el castillo. Un día se armó una buena porque descubrieron al príncipe en actitud extraña con un cochero mientras su esposa paseaba por el jardín. Al parecer, hubo una joven a la que el zapato entró con ayuda de aceite de oliva.  Las hermanastras de Cenicienta se habían dado cuenta de que la vida es algo más, y no un simple cuento de hadas, y se habían puesto a trabajar con ella tras negociar un porcentaje de comisión.  Floriana por su lado, terminó dándole una oportunidad al porquero. Al fin y al cabo, los tiempos estaban cambiando y el hombre, siempre le cayó bien. 

2 comentarios:

  1. Sencillamente genial, hace tiempo que no me divertía tanto leyendo algo. FElicidades.

    Un besote enorme

    ResponderEliminar