El viejo José intentaba subir aquella
cuesta vertiginosa, que crecía y crecía más y más, conforme el calor aumentaba.
A sus ochenta y cinco años, y conforme a sus propias palabras, era el hombre
más feliz del pueblo. Tal vez ésa fuese una afirmación algo presuntuosa,
pero lo que sí es cierto, es que cuando nuestro querido amigo llegaba con sus
cántaros de agua a lo alto de la cima, se sentía así.
A pesar del calor asfixiante y su avanzada edad,
el anciano llevaba los cántaros de agua al molino como si en ello le fuese la
vida. Era una costumbre, al igual que la de que cada noche, después de cenar, el viejo
José, como él mismo se nombraba, acudía
a la plaza del pequeño pueblecito donde vivía y se sentaba en un banco rodeado
de todos aquellos niños que querían escuchar sus historias.
Noche tras noche
les regalaba trocitos de vida y experiencias vividas que aquellos chicos
absorbían como esponjas. Nadie se burlaba de él, pues imponía un respeto inmenso
por sus hazañas, y por las proezas que aún seguía realizando.
“Bendito verano” pensaba él. Cuando el
invierno llegaba le dolían todos los huesos sin excepción. Ahora en verano,
había uno o dos que se quedaban como dormiditos con el calor y le permitían un
descanso. Aquellos chicos no tenían colegio y podían acompañarle mientras les
relataba sus historias, la mayoría reales, algunas tal vez adornadas para crear
expectación.
Pero aquella noche era especial. Era la
Noche de San Juan. En el ambiente ya se podía palpar la tradición. Se
preparaban las típicas fogatas que darían fuerza al sol durante el largo verano,
purificando a la vez a aquellos que las observaran.
El anciano sonreía con cierto carisma
misterioso mientras dejaba descansar su agotado cuerpo en el banco que ocupaba
cada noche de verano en la plaza. Los chiquillos, correteando de aquí para
allá, al verle, se acercaban ansiosos. ¡Cuántas historias les había contado ya
el anciano!
El pequeño Arsenio, su nieto más pequeño,
era uno de sus espectadores favoritos. Presumía ante todos de ser el nieto del
“viejo José”.
Aquella noche, mientras los adultos
empezaban a preparar el tema de las fogatas, los niños, una vez más, se
acercaron a nuestro amigo.
-
Abuelo-
comenzó Arsenio- ¿Qué vas a contarnos hoy?
-
Buena
pregunta zagal. Ven, acércate.
El niño se sentó junto a su abuelo y él
empezó a relatar su historia.
-
Hoy
es Noche de San Juan. Hace muchísimo tiempo, cuando yo era un niño como
vosotros, mi padre me contaba que en esta noche la magia flotaba en el aire. Me
hablaba de historias de adoración al sol, de pureza de almas, y sobre todo, mi
favorita, sobre la leyenda de la Dama Encantada.
-
¿La
Dama Encantada abuelo?
-
Así
es pequeño. Se relataba la historia de una bella joven que en las noches de San
Juan salía a peinar sus largos cabellos junto al arroyuelo que pasa entre las
grutas. La leyenda decía que era una joven de una belleza inusual. Al parecer,
su melena rubia retaba al propio sol. Hay quien decía que era una joven
princesa, otros que era un aldeana… todos coincidían en que había vivido
dolores de amor.
-
Seguro
que todos estabais enamorados de ella – suspiró una de las jovencitas del
grupo.
-
Bueno,
ninguno la habíamos visto en verdad. Sólo escuchamos hablar de ella. Aunque os
aseguro que había amigos míos que intentaron verla, pero que yo sepa, ninguno
lo consiguió… hasta aquella noche…
El anciano se detuvo un momento para tomar
aire y beber un poquito de agua. Sonrió al ver la cara de expectación de los
chicos y se asombró un poco cuando se dio cuenta de que había dos o tres adultos
que se habían unido al grupo y escuchaban igual de atentos que los pequeños.
-
Bien,
como os iba contando, era la noche de San Juan del año 1948. Yo tenía en aquella
mágica noche veinte añitos en mi cuerpo. Como otras noches de San Juan, mis
amigos y yo hicimos una fogata enorme y nos divertimos durante toda la noche
hasta que llegó la hora de recogernos, como solíamos decir. Pero mi padre era
el encargado del Molino que hay sobre la cuesta. Había que subir agua porque la
rueca del molino se había atrancado y el agua no giraba en la piedra. Así que
después de dejar a mis amigos, cogí los cántaros y me dispuse a subir el agua
para que a la mañana siguiente mi padre no me despertase a las seis de la
madrugada.
-
¿A
las cuatro?- se extrañó otro chiquillo.
-
Para
que os quejéis cuando os llamamos a las ocho para ir al colegio- le amonestó un
padre.
De nuevo el viejo José comprobó que la
audiencia iba aumentando y ahora había más personas adultas en el grupo. Él
decidió continuar con sus recuerdos.
-
Cuando
llegué con el agua al molino eran ya casi las cinco de la mañana. La noche era
calurosa y de pronto sentí una necesidad inmensa de ir al arroyuelo de las
grutas. Mi idea era darme un baño y refrescarme un poco… pero entonces la vi.
Sentada en una gran piedra a la entrada de la gruta estaba la mujer más hermosa
que había visto jamás. Su cabello era largo, pero del color de la noche. Su
piel sin embargo, competía con la claridad de la luna. Sentí algo dentro de mí
que me empujaba a ella a pesar de que en aquella época yo era muy tímido. Al
principio temí que se tratase de un espejismo. Luego recordé la leyenda de la
dama encantada, pero en la leyenda se hablaba de una joven que peinaba sus
rubios cabellos, y ella se trenzaba su pelo negro. Jamás he visto un
espectáculo igual.
El anciano detuvo su relato y observó
divertido como todos esperaban impacientes que lo continuase.
-
Torpemente
me acerqué a ella y le dije un tímido “hola”. Ella no me contestó, me miró con
sus grandes ojos e hizo un gesto de retirarse de la piedra.
-
“No por favor, no
te vayas. ¿Quién eres? ¿Eres la dama encantada?
(Ella sonrió, con una sonrisa igual de hermosa que ella)
-
Vengo desde lejos.
Voy a un molino que hay por aquí cerca y me ha sorprendido la noche y el calor.
No tengo dinero para hospedarme y me he quedado en estas grutas. Pero no vengo
sola, mi padre duerme en el interior de la gruta.
-
¿Vienes al molino?
-
Si. Allí se fabrica
la mejor harina de todo el condado y mi madre es panadera. Nos han dicho que el
molinero empieza a moler al alba.
-
Así es. Soy hijo
del molinero.
De nuevo, José volvió al momento, a la
realidad, y a su público.
-
Tal
vez no fuese lo más correcto, pero estuvimos un buen rato hablando. Hablamos de
tantas cosas que no puedo repetirlas todas, pero en mi mente solo había una
obsesión. Ese ser tan maravilloso sólo podía ser un espejismo o la auténtica
dama encantada. Eso significaba que desaparecía con el alba y no volvería a
verla jamás. Así que intenté que me regalase un beso. El único beso de amor que
jamás recibiría pues mi corazón había quedado prendado en ella. Pero ella se
negó. ¿Cómo osaba pedirle sus labios si acabábamos de conocernos?
El anciano volvió a
sonreír con nostalgia.
-
Creí
que mi vida se apagaba allí, presa de aquel amor que no podría continuar al día
siguiente. Intenté acercarme a ella para convencerla, pero ella al verme se
levantó del lugar donde estaba sentada. Con el agua del arroyuelo sus ropas se
habían mojado y al levantarse, su vestido marcaba su cuerpo. Con tal sorpresa y
comportándome como un bobo, la miré a ella y no por donde pisaba. Me caí. Perdí
el equilibrio en una piedra y me caí con tan mala fortuna que me golpeé en la
frente y perdí el conocimiento.
El viejo José detuvo su relato durante un
momento y todos contuvieron la respiración.
-
La
mañana del 25 de junio amanecí tumbado en el molino. Nada más abrir los ojos
tuve claro que todo había sido un sueño. Lo siguiente que noté fue una gran
angustia porque me había dormido y mi padre se iba a cabrear mucho conmigo. Me
senté en el catre y noté que me dolía la cabeza. Al llevarme la mano a la
frente noté que estaba vendada. Justo en ese momento entró mi padre.
-
Hijo, por Dios, no
te levantes. Anoche te diste un buen golpe en la frente. Has salvado la vida de
milagro.
-
¿Anoche? Oh, padre,
anoche tuve el sueño más hermoso de toda mi vida. Soñé con la dama encantada.
-
¡Pues sí que te
diste fuerte zagal! Menos mal que un amigo estaba cerca y te encontró. Ahora está en el pueblo, pero su hija está aquí, esperando que despiertes para comprobar que estás bien.
Todos los presentes contuvieron el aliento
mientras el anciano detenía de nuevo su relato, como absorto en el tiempo…
-
Aún
recuerdo ese momento. El aire volvió a entrar en mis pulmones cuando la vi
entrar. Tan hermosa como la noche anterior, ¡no! ¡más hermosa aún! Sus grandes
ojos que resultaron ser verdes a la luz del sol eran… cálidos e incitadores.
Estaba enamorado. No había duda. Me había enamorado de una joven que yo pensé
que era la dama encantada, pero el encantado era yo.
De nuevo el anciano hizo una pausa. Su
nieto le miraba expectante.
-
¡Sigue
abuelo! ¿Qué pasó después?
-
Que
me casé con él, por supuesto. Jamás había visto a un chico tan guapo y tan
torpe- contestó su abuela que había ido a buscar a su marido.
Todos rieron de aquella ocurrencia. La
anciana se acercó y besó al viejo José. Después, como si todos esperasen una
explicación, se giró y terminó ella la historia.
-
Me
cortejó y nos casamos. Curioso, ya llevamos sesenta y cinco años juntos. Todos
sabéis que hemos tenido dos hermosos hijos y siete nietos – añadió acariciando
la cabellera de Arsenio.
Todos sonrieron con ternura y se
dispersaron a fin de disfrutar de las fogatas y la festividad de la noche,
mientras aquella pareja se marchaba a descansar.
A la mañana siguiente, el viejo José no despertó. Apareció tumbado en su cama, muerto. Nadie sabía de qué, pero en sus labios, había una sonrisa. Su viuda le lloró con amargura,
internándose en las grutas tras el funeral, sin que ninguno de sus hijos la
pudiese encontrar.
Aun hoy en día, hay quién dice que alguien la
vio rejuvenecer a cada paso que se internaba, tomando su pelo cano un brillo
dorado que se oscureció de repente. Hay quien dice, que en las Noches de San
Juan, se escucha cantar a una joven doncella que llama a su amado. Incluso
algunos añaden con timidez, que una joven pareja de enamorados se hacían
arrumacos cerca del viejo molino. Una joven de largos cabellos oscuros como la
noche, y un joven con una venda en la frente.
Quizás, la dama encantada se prendó de aquél joven, quizás no... tú eres libre de creer o no en leyendas que pueden ser realidad.
Precioso... Y yo quiero creer que sí :-)
ResponderEliminarPor supuesto que sí Cristina. Yo siempre pensé que la Noche de San Juan trae consigo mucho, siempre confío que bueno, ja ja, y desde luego, esperanzador. Un beso amiga (Por cierto, mi paquetito tiene que estar a punto de llegar con tu libro dentro, estoy ansiosa;)
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